De los oídos y música pasamos a los ojos. Pero no hablo de pupilas, de ojos verdes ni marrones con pestañas más o menos largas. Es más íntimo. Más. Hablo de la mirada… qué tela que se traen las miradas y su lenguaje. El lenguaje, base de los humanos. Hablar nos diferencia de los demás seres vivos, aunque a veces los ojos tienen mayor dialéctica que cualquier atisbo de palabra dicha entre dientes. Sucede en ocasiones que la mirada dice más que la voz. Sucede que la boca expresa una cosa y nuestra visión, otra. Sucede que es más fácil perderse en una mirada que en mil palabras. Sucede… sucede…
Perdonad, que empiezo y me pierdo. Me mira mi hermana Shaila y olvido el norte. Qué mirada más increíble. ¿Qué tal si hablamos de esas queridas miradas? Es simple a la par que complejo. De hecho, con una palabra defino ese tipo de cruces visuales: complicidad. Miradas cómplices donde no hay que hablar. Ni cuerdas vocales ni vocales en los labios.
Labios sellados cuya llave es un lector de retina. Ojalá todas fueran de este tipo. Desafortunadamente (o todo lo contrario), las hay muy frías, ateridas, que al chocar dejan un ambiente gélido. Miradas que entristecen, incluso matan. Pero no son de las más mortales, porque las hay que, literalmente, fusilan. Si no que se lo digan al catoblepas de la antigua mitología etíope: ese ser, cuerpo de búfalo con cabeza de cerdo, convertía en piedra o mataba con solo una mirada. Pobre de mí si las miradas matasen así… Y pobres ellos.
Pero son mejores, sin duda, aquellas que te dejan el corazón en la garganta. Sin respiración. Sin habla. Ese momento en el que dos miradas se cruzan entre la multitud, a través de las gotas de lluvia o los rayos del Sol, y gritan bien alto. Con brillo e intensidad todo lo que se siente. Latidos fuertes, bombeos sin cese. Un tú y un yo. Dos. Dos que se hacen uno. Está claro: una buena mirada gana más que cualquier físico ‘perfecto’. Y es que las manos desnudan el físico; la mirada, el alma.
“La fuerza de una mirada no se mide por el color de los ojos”. Cierto. El color puede ser muy bonito y todo lo que quieras, pero la mirada va más allá. Su fuerza, también. Fijémonos. Míralo. Mírala. Y… y… y otra vez me he vuelto a perder en esa mirada.