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Roque Negro y Afur, el centro de las casas cueva de Anaga

El caserío de Roque Negro debe su nombre al gran roque que se erige en esta zona de Anaga. / ULISES SALAZAR

NANA GARCÍA | Santa Cruz de Tenerife

En uno de sus poemas, el escritor Johann Christian Friedrich Hölderlin (Alemania 1770-1843) hace referencia al hecho de “habitar la vida”, que no es otra cosa que relacionarse con el mundo. Un referente de ello es la historia local de la comarca de Anaga, cuyos habitantes, dispersos en una veintena de asentamientos que se remontan a la época de poblamiento prehispánico, han desarrollado una forma de vida marginada, empleando, racionalizando y asumiendo como parte de su identidad el contexto natural y geográfico. Destacan, en este sentido, los caseríos de Afur y Roque Negro, localidades en las que una parte considerable de las viviendas son casas cueva, construidas hasta el siglo pasado y cuyo uso, a lo largo de los siglos fue muy diverso: viviendas, corrales, almacén de pasto y grano o refugio de pastores.

“Antes vivía la gente toda en pajales y cuevas de risco, no había más que las dos o tres casas viejas que se ven”, indica al respecto el afurero José Alonso Jiménez, conocido como José Cañón. Estas construcciones están dispersas en el valle de Afur y en las laderas del barranco homónimo.

Usurpación de tierras

El origen de Roque Negro se remonta proceso de ocupaciones ilegales mediante el que, hasta el siglo XVIII, muchos particulares se apropiaron de terrenos pertenecientes al Cabildo en los montes de Anaga con el objeto de convertirlas en tierras de cultivo. Si bien el Valle de Afur fue objeto de asentamiento prehispánico, en el siglo XVI fue uno de los ejemplos más significativos de esta usurpación de tierras públicas. Esto, unido a la sobreexplotación de los montes para obtención de madera -actividad de la que concretamente en Roque Negro sobrevivieron muchas familias- conllevó a una importante reducción de la superficie forestal en los siglos XIX y XX. Asimismo, desde el periodo guanche, la tierra ha sido siempre el recurso más explotado tanto en Afur como en Roque Negro. Teniendo en cuenta su orografía, se hacía preciso construir terrazas en las pendientes de las laderas de los barrancos y valles (de donde se aprovechaba el agua) y se establecieron zonas de secano y regadío. “Antes se trabajaba mucho, sacando ciscos, varas y de todo de esos montes; ya eso no lo compra nadie y tampoco te lo dejan sacar”, explica al respecto José Cañón.

Las pendientes del terreno, la inaccesibilidad de muchas zonas y el aislamiento también dificultaron la carga de las cosechas, los víveres de las ventas o los materiales de construcción, que se hacía desde la cumbre “en los burros y en la cabeza” por una tupida red de veredas y sendas que unían las zonas pobladas con la cumbre y la costa. La cooperación entre vecinos, en este sentido, así como en la organización de la actividad agrícola, ha sido y es todavía el instrumento con el que los vecinos de Roque Negro y Afur han logrado subsistir. Riadas como la de febrero de 2010 han sido ejemplo de ello. Ambos núcleos poblacionales han visto limitado su desarrollo debido, en gran medida por la precariedad de las comunicaciones. Así, mientras el desarrollo de infraestructuras modernas como carreteras, electricidad, saneamiento, servicio de aguas o teléfono en Anaga se produjo en las últimas décadas del siglo XX, a día de hoy todavía tienen dificultades. “Aquí la cobertura de móviles, internet, la televisión o el teléfono son horribles”, dice Olga Hernández, vecina de Roque Negro. Particularmente, el transporte. Si bien el servicio de guaguas se implantó después de la apertura de las pistas, los vecinos tanto de Afur como de Roque Negro demandan al Cabildo que mejore los horarios y frecuencias.

Desde el punto de vista del comercio, la venta es el único género del que según los historiadores “una comunidad aislada, con escasos recursos y autosuficiente en lo relativo a la alimentación”.

Más de 50 años tienen y Casa Juani, en Afur y Roque Negro, respectivamente que en la actualidad subsisten “para los olvidos”, indica Juana María Álvarez. El turismo de senderos, así como los deportistas locales, que transita por las antiguas veredas del macizo de Anaga revitalizan hoy caseríos como Afur y Roque Negro. “El problema de los pueblos de Anaga es que llevamos muchos años abandonados”, apostilla Olga Hernández.

Al no existir calles, el barrio de Roque Negro se estructura en núcleos y pistas. / ULISES SALAZAR

Caseríos con necesidades básicas para los vecinos

Roque Negro cuenta con un Centro de Educación Infantil y Primaria, una ermita, un consultorio médico donde atienden solo los viernes, un local social y una plaza pública. Sin embargo, sus vecinos coinciden en que la principal infraestructura que necesitan, y que contribuiría a dinamizar la vida social del caserío, es un centro socio cultural en condiciones. Este y el acondicionamiento y limpieza de las pistas agrícolas, así como el saneamiento de las aguas son las principales demandas de la zona.