Posiblemente esta columna hubiera podido titularse -por igual- “Impactos”, “Antipácticos”, o (llevándolo un poco más allá) “El pacto de los montes”, porque será -muy probablemente-, como aquel diminuto ratoncito de la fábula, cuya rotura de aguas hizo tanto ruido, el resultado lampedusiano de cualquiera de los pactos que lleven a cabo los socialistas canarios: que todo aparente cambiar (El gatopardo no lo dice exactamente así, pero es casi lo mismo) para que todo siga -más o menos- igual: Julio Pérez lo sabe, desde su gestión muñidora, frente al Ayuntamiento chicharrero, porque posiblemente sea uno de los mejores políticos de Canarias, aunque (la verdad sea dicha) tampoco hace falta demasiado para eso; pero su exquisita elegancia le impide explicitar la lícita venganza del chinito, revindicativa de las reiteradas puñaladas por la espalda asestadas (¿acertadas?) por ATI (CC no ha existido nunca) a los socialistas.
Paulino Pimero -coreado por su belicoso acólito Barragán- se rasgaba indignado las vestiduras cuando López Aguilar le recordaba (tal vez con excesiva reiteración, aunque en política vale casi todo: hasta roce, patada y culada, como en el juego de la piola) que su gobierno autonómico era un gobierno de perdedores en las urnas, lo cual resulta irrefutable para cualquiera que sepa sumar, sin faltas de ortografía; de tal manera que no puede uno por menos de recordar que los árabes dicen que para contemplar el cadáver de tu enemigo basta con sentarse a la puerta de casa: siempre -claro está- que el sedente no fallezca antes; cosa que, por ahora, no parece amenazar a los socialista del archipiélago, sino que -por el contrario- los coloca en la prepotente situación minoritaria (sic) de hacer callar -en cualquier momento- a sus posibles socios mayoritarios con un amenazador: “¡Cuidadito que me voy!”
Se ha dicho largamente que la política no es otra cosa que el arte de lo posible, que permite preservar de las catástrofes lo que se pueda: en esta compleja situación canaria, los escasos restos húmedos del alegre, depredador y fascineroso naufragio en el que la extrema derecha española aznariana (junto con otras muchas derechas occidentales, porque derecha -como la madre- no hay más que una) sumió prepotentemente a un país al que creía -y sigue creyendo- de su exclusiva propiedad; aunque -nadie se llame a engaño- resultaría muy difícil establecer diferencias ideológicas (?) entre Paulino Primero y Soria: ladran muy parecido y los collares se confunden; pero el posibilismo político de la praxis socialista les recomienda pactar por un lado o por otro. Que Dios nos coja confesados, incluso a los agnósticos.