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POR MARIANO VEGA >

Cuestión de muros

   

En esa constante y natural búsqueda de diferencias y de parecidos entre nosotros, la especie humana, y el resto de las especies que habitan este planeta, también podríamos detenernos o considerar esa diferencia en la demostrada tendencia a construir muros entre nosotros.

Es algo a lo que no hemos podido renunciar, y así vimos cómo tras la caída del muro más famoso y simbólico de este tiempo, el muro de Berlín, no sólo no tendieron a menguar los muros erigidos por el ser humano en el mundo, sino que ocurrió justo lo contrario, que proliferaron, que se multiplicaron, y que hasta se endurecieron los muros, y sobre todo el más grave, el que hacia arriba y hacia abajo hizo más insondable si cabe el abismo que separa a ricos y pobres, los llamados primer y tercer mundo.

Ese afán por construir muros frente a nosotros mismos, hubo de tener raíces, mayor afianzamiento, en religiones a las que más llegó a interesar el trazado de rígidas fronteras, la obsesionada delimitación de poderes terrenales, que el mismo crecimiento o desarrollo espiritual de sus seguidores. Tarea a la que contribuirían de manera especial los monoteísmos, los que se creyeron en posesión exclusiva de la única verdad, cosa que les permitiría matar infieles sin el menor remordimiento de conciencia. Los radicalismos ideológicos tomarían buena nota de esto, de cómo, bajo el amparo de creencias o banderas, se podía mantener la conciencia tranquila mientras se mataba sistemáticamente al otro. Una buena imagen de la crisis que nos asola podría constituirla nuestro propio cuerpo, en el que empezaran a predominar los tejidos que se acartonan, que adquieren la rigidez de muros que impiden la circulación libre de fluidos vitales. Aunque por un tiempo parte de ese cuerpo se permita el lujo de ignorar aún esa agónica crisis, mientras otras sufren sin remedio sus más graves consecuencias.

Este capitalismo despiadado y sin alternativas, de evolución tan imprevisible, parece basarse en el incesante levantamiento de muros, de los ricos frente a los pobres sobre todo, de los más poderosos sobre los más débiles. Muros de presencia tan flagrante como los de los bancos y entidades financieras cuando, en medio del desconcierto general, anuncian sustanciosos beneficios en su balance anual, cuando conceden sueldos y primas supermillonarias a sus directivos, jubilaciones astronómicas, auténticos blindajes, sueño principal de los desaprensivos constructores de muros.

Somos consumados especialistas en el levantamiento de muros, de muros físicos y de muros mentales, de muros visibles y de muros invisibles. De muros pretendidamente inexpugnables, como los que ha levantado Rusia en la arrasada Chechenia, Israel en Palestina, o EE.UU. en el masacrado Irak, por poner algunos de los ejemplos más representativos de la cruel inconsciencia de este tiempo. El comunismo chino parece haber multiplicado e incrustado su célebre muralla -la única obra humana que se ve desde el espacio exterior- en el tuétano de su sociedad, como mejor garantía para sus compulsivos y prósperos capitalistas, como desesperanza mayor para unos pobres que aumentan de modo alarmante, mientras el anacrónico régimen no deja de reprimir, de encarcelar y de matar.

Por mucha que sea la diferencia entre civilizaciones, entre culturas, entre naciones y pueblos, ha surgido un claro elemento igualador, como se reconoce, se dice y se repite: las nuevas tecnologías, internet, las redes sociales. Pero en el seno de este feroz capitalismo que nos doblega, uno no deja de preguntarse en qué momento de la investigación se encuentran cerebritos aventajados que buscan la manera de levantar muros también aquí, de controlar instrumentos de posibilidades tan insospechadas, y de evitar así una pérdida sustancial de privilegios.

Crisis no sólo económica, sino que lo es también, como se dice y se repite, de confianza, de certidumbres. Como si todos camináramos entre muros que no dejan de levantarse, de interponerse, de alterar trayectos, que no nos permiten divisar horizonte alguno por mucho que tratemos de hacerlo de puntillas con la intención de elevarnos un poco más, de superarlos. Son los muros de un laberinto del que no vemos ninguna salida, cómo salir de él. En medio de crisis tan dura podemos percatarnos como nunca de los muros que son capaces de levantar la inveterada sonrisa y el efusivo apretón de manos de un banquero.