X
MIRADA SOBRE ÁFRICA > POR JUAN CARLOS ACOSTA

Efemérides de una esperanza

   

Esta semana se ha celebrado el Día de África en Canarias, y en todo el mundo, una cita que tiene su origen en la creación el día 25 de mayo de 1963 de la Organización de la Unidad Africana en la capital de Etiopía, Addis Abeba, en base a los preceptos de la consolidación de valores de paz, respeto a los derechos humanos, la buena gobernanza y el desarrollo sostenible.

El panorama actual del continente más cercano, sin embargo, después de casi medio siglo de andadura, no parece que haya cambiado sustancialmente y tampoco que los Objetivos del Milenio, enunciados por la ONU en el año 2000, se vayan cumpliendo a duras penas, con retrocesos, derrotas y prórrogas, que hacen que con toda seguridad no veamos para la fecha fijada, el año 2015, a la vuelta de la esquina, la consecución de tales fines ni por asomo.

De hecho, la erradicación de la pobreza extrema y el hambre se antoja ahora, más que nunca, una tarea inabarcable para una comunidad internacional más preocupada por su lucha a brazo partido contra las perversiones de los sistemas financieros estatales, rehenes de los prestamistas multinacionales, que por el incremento de las cifras de la hambruna y desabastecimiento que un día tras otro reflejan las estadísticas de las organizaciones humanitarias.

A partir de ahí, todos los indicadores naufragan en cascada y nos preparamos para asistir al estancamiento de la enseñanza primaria universal, la reducción de la mortalidad infantil, la sostenibilidad del medio ambiente, el agua para todos y el fomento del desarrollo de un sistema comercial mundial abierto y no discriminatorio.

En cuanto a África, basta decir que el último informe del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo sitúa a 40 países del continente vecino entre los 50 estados con el índice de progreso más bajo de todo el planeta, y que la tercera parte de su población, en torno a unos 315 millones de habitantes, son víctimas de la pobreza más severa, en un entorno que alberga las fuentes de recursos naturales y energéticos más importantes para el crecimiento y el sustento de las sociedades más avanzadas del resto del mundo.

Los datos que apuntan a que la mitad de la población africana, unos 460 millones de personas, tiene dificultades para alimentarse cada día y que 50 millones pasan hambre crónica, en muchos casos irreversible, son sobrecogedores, como también lo es que unos 78 millones de niños estén sin escolarizar y que la contaminación del VIH afecte a casi 30 millones de almas en pleno siglo XXI.

Todas estas cifras pueden marear a cualquiera porque son un pasmo hasta para las mentes más privilegiada, dadas las proporciones dramáticas que se manejan en los informes de las instituciones humanitarias multilaterales, impotentes y ninguneadas por la realidad del escenario trepidante en el que nos movemos; y también frustrar las buenas intenciones de los más preocupados, debido a la tendencia siempre inundada de coeficientes negativos, irreductibles al papel secante de las ayudas internacionales para la cooperación y el desarrollo.

Esta semana hemos celebrado el Día de África con actos y manifestaciones artísticas y culturales que describen el espíritu positivo, humano y auténtico que emana desde unos cien kilómetros al este de nuestras costas, la sonrisa blanca que nos llega de unos pueblos que miran hacia el futuro y que nos regalan la complicidad de una esperanza sostenida a pesar de los pesares.