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El pueblo que saborea y disfruta del mar

   
Megafono El Pris

El Pris es un núcleo costero de Tacoronte en el que se mezclan tranquilidad y buenas condiciones para la pesca y la práctica de deportes acuáticos pese a lo agitado del mar. / MOISÉS PÉREZ

GABRIELA GULESSERIAN | Tacoronte

Para algunos, es un barrio costero de Tacoronte con un peculiar encanto gracias a una piscina natural de pequeñas dimensiones cuyas condiciones para el baño se dificultan debido al fuerte oleaje que soporta. Para otros, es un lugar que evoca a pescado fresco y olor a mar, que casi siempre se presenta agitado.

Sin embargo, los habitantes del lugar definen al núcleo de El Pris como una gran familia que crece durante los meses de verano debido a las buenas condiciones para la práctica de la pesca y determinados deportes acuáticos, aunque ellos lo que valoran y destacan es la tranquilidad.

Esta condición de pueblo tranquilo y apacible, en el que todos se conocen, es, precisamente, la que ha hecho que muchos vecinos “no lo cambien por nada del mundo”, a pesar de las múltiples dificultades por las que han debido atravesar, dado que su atractivo recién se revitalizó pasada la década del sesenta. Hasta ese entonces, las familias vivían en cuevas, sin luz, con escasez de agua, que había que ir a buscar a las galerías, y haciendo frente al intenso frío que provocaba que los niños, al despertar por las mañanas para ir al colegio, se encontraran con la nariz “llena de humo”. Tampoco había pañales ni jabón para lavarse, recuerda una vecina.

Pese a que muchos de estos problemas se han solventado hace algunos años, los habitantes del pueblo, unas 363 personas según los datos de 2010 del Instituto Nacional de Estadística (INE), se siguen sintiendo abandonados por parte de las administraciones.

Prueba de ello es que sólo tienen una escuela unitaria y los jóvenes que quieren continuar sus estudios deben trasladarse hasta el barrio de Guayonge, algo que no resulta fácil si se tiene en cuenta que la zona de El Pris es bastante abrupta y es necesario hacer zig zag, tanto para subir como para bajar, a lo que se suma la falta de transporte público.

También demandan en la avenida un parque infantil para que puedan jugar los más pequeños y una ermita, de la que se puso la primera piedra hace muchos años, dado que la que tenían se derrumbó, pero que nunca llegó a terminar de construirse. Ello ha obligado a que la imagen de la Virgen del Carmen, patrona de los pescadores, esté guardada en la sede de la Cofradía, “en un cuarto que da hasta pena”, se quejan los vecinos.

Refugio pesquero

Ni qué hablar de la necesidad de un refugio pesquero. Una instalación por la que llevan esperando y luchando desde hace tiempo y que se hace indispensable y urgente si se tiene en cuenta que la pesca es el sustento económico de la mayoría de las familias que muchas veces se ven imposibilitadas de salir al mar debido a las condiciones que éste presenta. “Un pequeño espigón, ni siquiera pedimos un gran muelle”, aclaran algunos pescadores de la zona.

Pero el principal problema de El Pris es el saneamiento, sobre todo cuando llueve, porque las alcantarillas “sueltan mucha porquería” y en verano, dado que la población se incrementa a casi el doble.

Sin embargo, este inconveniente trae aparejado otro aún mayor y que ha provocado “una gran mancha negra” en la historia del barrio que a muchos todavía les cuesta olvidar: la construcción de un emisario submarino. Un proyecto al que muchos se opusieron por los perjuicios que podría acarrear para los pescadores y cuya resistencia derivó, incluso, en la constitución de la primera asociación de vecinos, que actualmente se dedica a la organización de otras actividades, como talleres de bordado o pintura.

Todavía hay personas que prefieren evitar hablar de este tema. Otras, aluden a que la polémica se presentó no por la infraestructura en sí, sino por el lugar que eligieron para ubicarla los responsables políticos de entonces, “pasando por el medio del pueblo” y “en las formas empleadas”. En este caso, no eximen a nadie; Gobierno de Canarias, Cabildo de Tenerife; Consejo Insular de Aguas, y Ayuntamiento de Tacoronte.

Una polémica que comenzó en 1999, tuvo su punto álgido en 2001, cuando unos 250 pescadores se manifestaron frente al Ayuntamiento para oponerse a la ubicación elegida, prosiguió en 2003 y en 2005 y que hasta ahora no ha podido zanjarse, sino más bien ha sido “postergada”, apuntan los vecinos, “porque nadie quiere arriesgarse a plantear nada”.

El polémico emisario

Hay pobladores que defienden que Juan Fernández es el lugar idóneo porque no es una zona muy poblada. “A mí no me gustaría que lo pongan” -confiesa una habitante del lugar- “pero si realmente tienen que hacerlo, que lo instalen en una zona que no esté poblada, porque aquí nos afectaría a todos. No tenemos nada, ni fiestas, ni hoteles, sólo el kilo de pescado, que es nuestra comida”, subraya.

Pese a lo sucedido, confían en encontrar una solución consensuada entre todas las partes y por eso los pescadores piden que se escuche su propuesta, para que el encanto de este pueblo, cuya imagen más sobresaliente la constituyen el muelle y los barcos amarrados; en el que sólo hay una calle para los coches, la principal; con pequeñas casas pintadas en su mayor parte de color blanco, no se rompa.

Mientras tanto, el pueblo entero sigue adelante y repite una vieja frase: “Si quieres ser feliz, ven a vivir a El Pris”, y saborea y disfruta de su joya más preciada, el mar.

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Lola, como la conocen en el pueblo, vendía el pescado que traía a casa su esposo. / M. PÉREZ

“He pasado más penas que Colón”

Su nombre es Isabel Dolores, pero todos en el barrio la conocen por Lola. La pesca ha sido para ella y su familia su modo de vida, marcado, fundamentalmente por las necesidades de la  época y el lugar en el que le tocó vivir. Se dedicó a vender el pescado que traía a casa su esposo, ya que salir a la mar desde la madrugada era una actividad destinada al sexo masculino.

Tiene 78 años, cinco hijos y se crió “con penas y trabajo. He pasado más penas que Colón cuando llegó a América”, bromea. El pescado que cogía su marido ella lo dejaba preparado en una cesta desde la noche anterior para salir a venderlo al día siguiente. “Salíamos por la mañana y volvíamos por la tarde. Llevábamos gofio amasado, higos pasados, papas, lo que teníamos”, para comer durante el día., recuerda.

Caminaba con la cesta en la cabeza, por caminos sinuosos y atravesando pendientes dado que en esa época no  había carreteras “ni aceras, ni nada”.  También los barcos eran más sencillos, sin motor, y había que remar mucho, con lo cual, el trabajo y el cansancio era mayor.

No se arrepiente de nada, y  pese a que está jubilada, sigue caminando con el mismo paso ágil que alguna vez tuvo y saludando a todos los vecinos. Eso sí, reconoce que está cansada.