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POR ISAÍAS LAFUENTE >

Kilómetro cero

   

Existe alguna diferencia entre exigir la democracia frente a la dictadura y reclamar una democracia más perfecta cuando a ésta le ha estallado alguna de las costuras? ¿Existe alguna norma universal que regule los grados de indignación ciudadana y limite los mecanismos para expresarla, salvo los que explotan en manifestaciones de violencia? Yo no las veo. Durante meses nos hemos estado preguntando cómo en un país con cinco millones de parados y con la mitad de los jóvenes en paro y sin futuro la protesta social no se hacía carne en la calle. Y cuando finalmente se desata, no paramos de hacernos preguntas sobre el porqué del estallido. Sobre todo los partidos políticos, inmensa y extrañamente sorprendidos por los efectos cuando han tenido escritas las causas en los sucesivos sondeos del Centro de Investigaciones Sociológicas en los que han ido escalando posiciones, hasta alcanzar en podio, en el negro ranking de los problemas de los ciudadanos. Por qué ahora, quiénes son, qué reclaman, cuánto aguantarán, a quién representan, quién está detrás de ellos, a quién pretenden beneficiar. Las preguntas no cesan. Y como sigan haciendo preguntas sin ofrecer respuestas, la protesta no hará más que crecer. También son para enmarcar algunos de los calificativos escuchados o leídos en las últimas horas en algunos foros ultramontanos: son unos antisistema, títeres manejados por la izquierda radical, están fuera de la ley, forman parte de una nueva conspiración urdida por Rubalcaba -cómo iba a faltar en esto el vicepresidente- como ya lo hizo en el 11M. Lo que está sucediendo en la Puerta del Sol de Madrid, con réplicas en otros lugares de España, es muy estimulante. Quién al contemplar de frente esta masa de ciudadanos insatisfechos sólo se pregunta quién está detrás demuestra una gran miopía. Harían mal los partidos políticos en despachar la movilización como si fuera una anécdota, en desacreditarla o en intentar capitalizarla. La enmienda que hacen los manifestantes es a la totalidad de las fuerzas políticas y no se percibe que pretendan acabar con el sistema sino con sus imperfecciones, para que el sistema no acabe con todos.