ÁNGELES RIOBO | Santa Cruz de Tenerife
Juan Antonio Velázquez, el Gallego, está cabreado. Una vez más, tras hacer la cola en el albergue municipal, le indican que esa noche no hay sitio para él, le despiden, y le dan un folio con las direcciones y teléfonos de pensiones económicas, la más barata a 15 euros, que muestra indignado. Después de recibir la noticia elige un túnel insalubre y lleno de ratas como la opción más económica para pasar la noche.
De camino a su guarida nocturna, el Gallego, -que de gallego tiene poco porque llegó a Tenerife siendo un niño de 3 años- cuenta que sus únicos ingresos provienen de una pensión por enfermedad de 250 euros, que percibe por ser seropositivo. “Siempre me dicen que me vaya a una pensión, pero con lo que gano, qué como entonces”, deplora. Desde que salió de la cárcel, en junio del año pasado, solo ha podido pernoctar en el albergue municipal una noche, por lo que lleva meses “buscándose la vida” y durmiendo bajo el puente del pabellón Pancho Camurria.
Juan Antonio estuvo en chirona unos 15 años por trapichear con las drogas. La mayor parte de la condena la pasó en Tenerife II, salvo los últimos 17 meses, que estuvo en un centro penitenciario de León. “Cuando salí me pagué yo mismo el billete de avión para volver a Tenerife, que es donde viven mis tres hijos y mis dos nietos”. A pesar de que solo se atisba un hilo de orgullo cuando habla de su prole, no es difícil reconocer que la relación entre el Gallego y su familia no pasa por su mejor momento. Con sus hijos tiene poco contacto, que saben que él duerme en la calle, y que tiene una nieta que no conoce. “No quiero ser una carga para ellos”, dice.
Sin embargo cuando habla de su exmujer y madre de sus hijos, la cosa se tuerce. Las sospechas de una mala relación familiar se tornan reales, con argumentos propios de novela negra. Juan Antonio culpabiliza a su esposa de haberle contagiado el VIH durante un bis a bis en 2001 tras haberle sido infiel con un inspector de policía corrupto, del que da pelos y señales, que ya falleció a causa de la misma enfermedad… “No estoy con mi mujer ni quiero saber nada de ella”, subraya.
Juan Antonio aparenta más edad de la que tiene. Es de una delgadez extrema producto de sus coqueteos -pasados, dice- con las drogas y de su enfermedad. Además de dormir en un entorno infeccioso y letal para él, relata que ha estado casi un año sin administrarse su medicación antirretroviral porque tiene dificultades para conseguirla.
“No me han buscado ni la medicación. Hoy fui a urgencias del hospital y tenía la carga viral a 5.400. Me la he empezado a tomar de nuevo porque tenía una caja de Kaletra y Conbivir en un bolso en la casa de mi hijo”, dice. Los protocolos y la burocracia parecen ser los principales causantes del peligro que corre el Gallego con su dolencia a la que se le unen ataques epilépticos y un tratamiento con metadona, y casi un año sin tomarse la medicación. “El médico de urgencias me envió al internista, pero mi médico de cabecera se ha desentendido. Dice que no me da las recetas porque no tengo dirección. Para que me las den tienen que ir los del Centro de Atención de Drogodependencias a mi médico para que me controlen la receta. No lo entiendo, estuve en la cárcel y las recetas me las controlaba yo solo”, explica.
“El médico de urgencias me dijo que me tenían que dar cama en el albergue, pero no me la dan”, reprocha. No le queda otra que seguir durmiendo en la calle, como los indigentes fallecidos. Respecto los obitos tiene su propia teoría que la reduce en esta sangrante expresión: “Nos ignoran, nos dejan tirados en la calle”. Él quiere vivir, pero sabe que necesita más ayuda de la que recibe para salir del pozo. “Sinceramente no sé cómo me veo dentro de 10 años. Yo seguiré para adelante hasta que pueda, si no me da un ataque aquí y me quedo en el sitio…”.