POR AURELIO GONZÁLEZ >

‘El guanche en Venecia’

El guanche en Venecia es el título de la cuarta novela del escritor, catedrático universitario y político Juan-Manuel García Ramos, editada por Artemisa Ediciones y presentada la semana pasada en la Feria del Libro de la capital tinerfeña.

La novela reinventa para la literatura la historia del mencey Bencomo, quien, una vez concluida la conquista de Tenerife a finales del siglo XV, es hecho prisionero por las tropas castellanas de Alonso Fernández de Lugo y llevado ante los Reyes Católicos. Éstos, a su vez, lo donan “como una exótica criatura” al dux de Venecia Agostino Barbarigo.

La historia oficial (al menos de algunos autores) nos había dicho que Bencomo moría de nostalgia en Padua, a pesar de ser tratado con los honores de rey, pero García Ramos cuenta en su novela que se fugó de Italia para regresar a su isla natal de Tenerife, propósito que logró en parte, pues sólo llegó a las costas berberiscas del noroeste africano, donde, al frente de un ejército de bereberes y saháricos, volvió a enfrentarse a las tropas del capitán-conquistador Fernández de Lugo, a las que vence de manera rotunda.

No obstante, Lugo mantiene el dominio de Tenerife y muere en 1525 atormentado por el asesinato de su hijo y preguntándose por el destino de su rival Bencomo.

Cabría preguntarse, en primer lugar, por qué razón García Ramos ha recurrido a un relato histórico para convertirlo en literatura con su palabra narrativa y su imaginación creadora.

Sabemos que le prometió a don Antonio Rumeu de Armas (autor, entre otros trabajos, de la Historia de Tenerife, y a quien le dedica la novela) “reescribir, desde las licencias de la ficción, la verdadera y apasionante historia de nuestro guanche en Venecia”.

¿Pero por qué reescribir esta historia? ¿Y por qué afirma que la historia de Bencomo escrita por los historiadores no es la verdadera? Seguramente porque fue escrita por los vencedores.

Se nos antoja que las motivaciones de García Ramos para escribir El guanche en Venecia no fueron sólo literarias, es decir, no nacieron únicamente de razones artísticas, sino que se alimentaron también de causas ideológicas nacidas de una profunda conciencia de la injusticia de la que fue víctima Bencomo de Taoro y los aborígenes (exterminados, cautivos, vendidos o donados).

Una reflexión tras la lectura de la novela nos dice que con ella el autor ha querido reivindicar un final más justo y más digno para el mencey Bencomo, una memoria más respetuosa con los primeros pobladores de estas tierras atlánticas.

García Ramos ha reinventado en parte la historia de Bencomo de Taoro porque le parecía una injusticia, además de una humillación, que el mencey guanche muriera de nostalgia tan lejos de su tierra.

Por eso, con la ayuda de su imaginación y su prosa, hizo que huyera de Padua para intentar llegar a su Nivaria de nacimiento.

Y aunque sólo alcanzara las costas africanas, donde vengó la humillación y exterminación sufridas años atrás venciendo rotundamente a Lugo, al menos pudo “contemplar en silencio los perfiles de las islas dibujados en los celajes del firmamento que tenía ante sus ojos desconsolados”.

Recordar al mencey con desconsuelo por pisar la tierra donde nació no resultaba tan injusto y doloroso como recordarlo hundido en la nostalgia y la tristeza.

Cabría preguntarse, asimismo, por qué quiso el autor que el protagonista no culminara su propósito de regresar a su isla tinerfeña.

Y la respuesta parece evidente: porque ante las dificultades de desplazamientos de la época (con la existencia, apenas, de las rutas caravaneras del norte de África) y con la presencia de las tropas castellanas en las islas conquistadas, resulta más verosímil y, por tanto más literario, que Bencomo no pudiera flanquear el brazo de mar que lo separaba de sus añoradas islas.

Que el mencey regresara a Tenerife y aniquilara aquí a las tropas de Lugo hubiera supuesto enfrentar la ficción con la realidad y eso no hubiese sido verosímil.

Hechas estas consideraciones hay que señalar que el autor de El guanche en Venecia ha logrado imprimir a su nueva novela un tono y ritmo narrativos tales que al lector le resulta sumamente difícil discernir qué parte de su contenido pertenece a lo que nos habían contado los historiadores y cuál otra ha sido fruto de su imaginación creadora.

Y aquí radica el mérito principal del texto: su verosimilitud, es decir, su capacidad para cautivar la atención y el interés de unos lectores que terminan por creer a pie juntillas lo que han leído con independencia de que en la realidad las cosas hayan sucedido o no tal y como se les ha contado. Eso significa aunar historia y ficción para hacer pura literatura.