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SIN OBJETIVIDAD > POR JOSÉ ANTONIO FELIPE MARTÍN

Aquella tarde del 21 de marzo de 2004

   

Me gusta escribir artículos de opinión apoyándome en el humor y sin demasiada regularidad. Lo hago cuando me lo pide el cuerpo. Lo paso bien yo, creo que lo pasan bien ustedes, y así la lectura del mismo se hace más llevadera. Nunca he creído que hablar de deporte en términos apocalípticos, sentimentaloides o lacrimógenos sea bueno para nadie. El deportes es eso: deporte y muchas veces lo sacamos de quicio y luego pasa lo que pasa. Pero esta vez va a encontrar poco humor en estas líneas. No me apetece reírme con lo que les voy a contar y para que esto salga mínimamente bien creo que debe apetecer. Vayamos al grano.

A mí me daría muchísima vergüenza haber estado sentado en el palco del Santiago Martín el 21 de marzo de 2004 junto a Quico Cabrera, entre abrazos, catering y trajes caros (vamos, siendo político) y ahora ver la manera en la que este club agoniza. Me daría vergüenza haber dejado de lado a Quico como hizo alguno al creerse una deidad del voleibol y pretender ser protagonista más allá de haber sido alguien muy importante y al que habría que darle las gracias por el apoyo mostrado en muchos momentos. No me olvido de otros, a los que debería de ponérseles la cara muy roja mientras la agachan, que prometieron a Cabrera apoyo desde sus empresas privadas y luego, si te he visto, no me acuerdo.

Entiendo, y sé, que esta Isla tiene muchas carencias. Hasta acepto el argumento demagógico de que hay necesidades en educación y salud que se deben cubrir con mayor prioridad, que hay paro y hambre, sí, en esta Isla hay gente que pasa hambre a pesar de lo que digan los políticos, pero creo que el deporte, y muchos clubes generan algo importante en esta sociedad: ilusión.

El CV Tenerife, al que lo quiere mucha gente buena que lo apoya y ha salido en su ayuda, cumple una labor más allá de sus equipos de base y sus escuelas para adultos. Hace olvidar por un momento a sus seguidores los problemas y disgustos que puedan tener a lo largo de la semana. Ese valor es incalculable. De eso es complicado hablar comiendo canapés como hacían muchos de los anteriormente citados y algunos compañeros de los medios (alguno ni siquiera veía el partido devorando tanta croqueta) a los que estoy esperando ahora para arrimar el hombro. Me cansaré de esperar. Seguro.

Por cierto, mi admiración por Zoraida Lorenzo ha crecido aún más. El viernes pasado demostró que, por encima de todo, es una mujer digna. Muy digna. Dio su palabra a Quico de que esto no moriría y lo quiere cumplir contra viento y marea. El viernes me hizo recordar lo que me dijo un amigo y que es una verdad como un templo: la dignidad no da de comer, pero alimenta. A pesar de la poca vergüenza de algunos. De ‘algunos muchos’.