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MAPAMUNDI > POR FERNANDO FERNÁNDEZ

El Perú de Ollanta Humala

   

¿Cuándo se jodió El Perú?, preguntó Zavalita, allá por los tiempo de la dictadura de Odría, mientras tomaba su diaria ración de pisco en el Bar La Catedral, según escribió Mario Vargas Llosa con su siempre brillante prosa, en, acaso, una de las mejores novelas de su abundante producción literaria. El compromiso del Nobel peruano con la democracia hará que permanezca atento y vigilante de la acción de gobierno del recién elegido Ollanta Humala como presidente de El Perú, un triunfo sobre la candidata Keiko Fujimori que no habría alcanzado sin el incondicional apoyo de Margas Llosa y otras personalidades peruanos. Ha sido un triunfo limpio, impecable, por escaso margen de votos, según han certificado la eficiente administración electoral peruana y los observadores internacionales de la OEA y la Unión Europea.

Un triunfo que lo convierte en presidente para los próximos e improrrogables 5 años, según manda la constitución del país que una vez fuera el imperio de los Incas andinos. Si así fuera, el escritor peruano habría prestado un último servicio a su patria, pero de no serlo, habría que hacerle a él idéntica pregunta que la formulada por Zavalita hace ya medio siglo. Porque la decisión de los peruanos de elegir entre Humala y la Fujimori, no fue una decisión fácil, como comentaba Manolo Iglesias en estas páginas días atrás. Una elección entre preferir el cáncer o un sida, como señalaba un analista político en El Comercio de Lima, al conocer el resultado de las votaciones.

Con una población cercana a los 30 millones y una extensión superior al doble de España, Ollanta Humala Tasso va a dirigir un país que en las dos últimas décadas ha vivido una notable expansión económica, especialmente durante los últimos 10 años bajo las presidencias de Alejandro Toledo y de Alan García, que, sin embargo, no han sido suficientes para conseguir erradicar la pobreza y evitar la creación de una sociedad dual. Una urbana y próspera, en la que ha ido surgiendo una nueva clase media que ha hecho posible el asentamiento de la democracia, después de los años del terror de Sendero Luminoso, especialmente cruel durante la primera presidencia de García, allá en la década de los 80.

El terrorismo senderista fue derrotado durante la primera parte del primer mandato de Alberto Fujimori, que desde su triunfo sobre el candidato Vargas Llosa en 1990, hasta 1995, no solo pudo erradicar esa lacra, sino que logró un notable desarrollo económico, gracias a la confianza de los inversores y la consiguiente llegada de capitales extranjero, que había huido espantado por el aventurerismo ideológico de un Alan García tan joven como audaz e inexperto.

Ollanta Humala - Elecciones

Ollanta Humala saluda a sus simpatizantes junto su esposa, Nadine Heredia. / EFE

Desgraciadamente, el mandato de Fujimori siguió pronto una deriva arbitraria y antidemocrática, que comenzó por un cambio constitucional que permitió su reelección y terminó de la peor manera posible. Inmerso en la corrupción y en la supresión de todo atisbo democrático. Un estado policial que suprimió las libertades, en el que todo aquel que fuera alguien terminó siendo espiado, amedrentado y corrompido; perseguido implacablemente por el todopoderoso valido del fujimorismo, el siniestro Vladimiro Montesinos que, controlando los servicios secretos del SIN, vigiló y corrompió a todo quisque en la sociedad peruana, especialmente en la cosmopolita Lima.

Políticos, jueces, periodistas, militares, intelectuales, empresarios. Nadie se vio libre de El mal peruano, el libro de Hugo Neira, que compré recién publicado en la limeña librería El Virrey, imprescindible para conocer y comprender la grave postración de la sociedad peruana al final del fujimorismo, “en el que todos espían a todos”, según escribió el autor en el prólogo de su libro. “Ahí donde se supone que está el orden, está el epicentro de la miseria social y moral…la imagen como castigo…un país como una prisión, sin muros pero con pantallas…”, en las que los vladivideos grabados ilegalmente por Montesinos son aún hoy un documento inapelable de la destrucción de una sociedad por una metodología fría e implacable, mas eficaz que el sangriento embate del terrorismo senderista. “El horror de la desnudez, la desnudez del mal”, termina diciendo Neira.

Este era El Perú que recibió Alejandro Toledo, “un quechua terco y obstinado” como le escuché repetir una y otra vez durante aquellos años, que puso a caminar un país arruinado por la rapiña y paralizado por el miedo. Un indio, un “cholo”, al que los peruanos gritaban, casi suplicantes “¡Cholo!… ¡No nos falles! … ¡no nos engañes como nos engaño El Chino!”. Eso decían a lo ancho y a lo largo del inmenso Perú, desde, Trujillo en el norte hasta Arequipa en el sur; desde la costera Lima hasta los altos andinos, en Cusco y en Puno, a orillas del lago Titicaca. Fue entonces cuando empecé a conocer y a querer al Perú.

Veinte años después de su primera presidencia, en las elecciones de 2006 Alan García ganó las elecciones para un segundo mandato, en el que con algunas correcciones continuó el camino iniciado por Alejandro Toledo. Crecimiento económico, ortodoxia macroeconómica y un esfuerzo en la modernización del país, con inversiones en infraestructuras, en educación, en sanidad y en políticas sociales, logrando una reducción de más de 10 puntos en los índices de pobreza.

Fue en aquella campaña electoral donde conocí a Ollanta Humala y a su esposa, Nadine Heredia. Sostuve dos largas entrevistas con ambos, cuando recibió al grupo de observadores de la Unión Europea que yo presidía en aquella ocasión; y le seguí en sendos actos electorales en Ayacucho y en Cajamarca, dos ciudades emblemáticas por razones históricas. De Humala se conocen sus antecedentes golpistas como protagonista de una asonada militar en los años del tardofujimorismo, sus vínculos políticos con su padre, también militar, patrocinador de una ideología impregnada de un difuso nacionalismo indigenista; y con su hermano Antauro Igor Humala, también militar protagonista de la toma de una comisaría en un lugar remoto del Perú profundo, durante el mandato de Toledo, por el que fue condenado y permanece aún hoy en prisión. Son también conocidas sus relaciones con Hugo Chávez, que probablemente le perjudicaron en las elecciones de aquel año 2006, permitiendo el triunfo de Alan García, líder y candidato del Partido Aprista Peruano, heredero del histórico APRA, fundado allá por los años 30 del siglo pasado por Víctor Raúl Haya de la Torre.

Ignoro el como y el cuando, pero cierto es que en su segundo exitoso intento para alcanzar la presidencia, Humala ha estado influido por asesores vinculados al brasileño Lula da Silva, alejándose, aparentemente, de Hugo Chávez, lo que le ha permitido articular un proyecto de izquierda democrática, mas centrado y menos nacionalista. Humala me pareció un típico militar de graduación media, como he conocido otros en Hispanoamérica, no especialmente culto ni dotado de un fuerte componente ideológico. Resumiría que es autoritario, nacionalista peruano con una apelación a sus raíces indigenistas, un populista como tantos otros en la región. No tiene la elocuencia del típico dictador populista en Hispanoamérica y dista mucho del perfil de un Velasco Alvarado o un Morales Bermúdez, por citas solo a los 2 últimos militares de las muchas dictaduras padecidas por El Perú. Mucho más llamativo, e interesante, me pareció el perfil de su esposa, la omnipresente Nadine Heredia, activista de los movimientos sociales peruanos. Joven, de 35 años, feminista, estudió sociología en Lima y en París y tiene un doctorado en Ciencia Política. Cofundadora, con su esposo del Partido Nacionalista Peruano, en el que es responsable de la formación de los jóvenes y de las relaciones internacionales, Heredia está involucrada en numerosos movimientos sociales, junto a otros conocidos activistas y personalidades de la política en América Latina para “despertar la identidad indígena”, según dijo. Me pareció una mujer con personalidad y de una sólida formación. Es sin duda, una mujer militante de la izquierda y, tal vez, muy a la izquierda, con una indudable vocación y, seguro, un brillante futuro político, a la que no cabe ignorar en un análisis sobre el futuro peruano bajo la presidencia de su esposo. Si es una futura aspirante a la presidencia de la república lo sabremos cuando llegue el momento.

En resumen, Humala recibe un país en proceso de expansión económica, con no pocas asignaturas pendientes en el ámbito de las políticas sociales. Ha ganado las elecciones no tanto porque despierte pasión en una mayoría de peruanos, sino por el temor a un triunfo de su adversaria, Keiko Fujimori, y el posible retorno a un pasado siniestro representado por su padre. Ha contado para ello con el fuerte apoyo de personalidades tan influyentes como Mario Vargas Llosa y Alejandro Toledo, que se convierten ahora en garantes de la nueva etapa que se abre en el país de los Incas. Contará con mayoría en el Congreso de la República, si a sus propios representantes se suman los seguidores de Toledo (Perú Posible) y los apristas. Y, por último, Humala estará sometido a un estrecho escrutinio, tanto interno como internacional, que vigilará una triple línea de sus futuras actuaciones. El respeto a las previsiones constitucionales vigentes y el abandono de cualquier tentación de una modificación que haga posible su reelección dentro de 5 años. La ortodoxia de sus políticas económicas, con las correcciones pertinentes para ganar la batalla contra la pobreza. Y, finalmente, su alineamiento en el ámbito político de América Latina, es decir, si su alineamiento con Brasil y lo que Lula representa es sincero y no reorienta sus alianzas hacia una aproximación con el chavismo venezolano.

De cual sea el rumbo de estos tres ejes de su política dependerá en buena medida el futuro peruano.