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POR FRANCISCO SUÁREZ TRENOR >

Entre el infierno y la gloria

   

Caminábamos por un sendero estrecho del que no podíamos desviarnos. A un lado, en el profundo fondo de un abismo, el infierno. El destino final del que intentara salir por el lado de la derecha, el del pecado y la inmoralidad. Al otro lado, a la izquierda, el libertinaje.

El invento ese de los que querían destruir las tradiciones y las buenas costumbres. La vida, en su práctica totalidad, transcurría a lo largo de este sendero. Y era muy difícil encontrar otro camino por las cercanías sin caer en el pecado o el libertinaje.

La música, la que nos llegaba desde el extranjero, desde países que hablaban otros idiomas que no entendían lo que era ser la reserva espiritual de Europa, bordeaba peligrosamente los límites de la senda y nos podía conducir tanto a un lado como al otro del camino. Porque la música, en manos del maligno, tenía esa capacidad, decían.

Nunca se sabía a dónde podía conducirnos. Y ellos, los que hoy se estremecen, eligieron entonces, tal vez sin darse cuenta, caminar por la vida con la música a cuestas.

Y fue difícil. No fueron comprendidos. En ocasiones tuvieron que esconder el sonido de sus instrumentos eléctricos en profundas catacumbas, aislados de otros sonidos y otros ritmos y aquello, al final, resultó cómodo para todos.
Ellos tocaban y cantaban su música en el subsuelo y la sociedad se limitaba a no escucharlos.

Pero con el paso del tiempo algo falló, se formaron grietas y se empezaron a escuchar los piropos a Popotitos y a cambiar la forma de vestir y de cortarse el pelo.

Popotitos derivó en All you ned is love. Y entonces ya se rompieron todas las barreras. Nos llegó el sonido de otras cuevas, las de Liverpool, como habían llegado antes, un poco antes solamente, los ritmos de los desiertos americanos en boca de un blanco que cantaba como un negro y que nos enseño a bailar el rock and roll. Y aquella música, poco a poco, fue ensanchando el sendero y dejó de ser pecado el beso y el contacto físico y dejó de estar mal visto el cantar en inglés.

Y en aquel sendero cada vez más ancho convivieron los Rocking Boys con Los Megatones y Los Sombras, y allí se oía la música de los Beatles, de los Rolling, de los Shadows, de Los Brincos y de Los Bravos, y se alegraron las tardes y las noches de la isla.

Y se organizaron bailes de fin de curso y actuaciones, que entonces no se llamaban conciertos, en el teatro Baudet o en el hotel Aguere.

Y por supuesto, en el Agogo lagunero, la más importante de las catacumbas de aquella nueva forma de ver la vida.
Y la vida fue pasando hasta que casi medio siglo más tarde aquellos músicos se convirtieron en historia viva gracias al libro Estremécete de Antonio Reyes que se presentó en un Cine Víctor más abarrotado que nunca.

flypocan@hotmail.com