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POR RAFAEL ALONSO SOLÍS >

Europa

   

De momento, Europa no es otra cosa que un mapa de carreteras por las que cruzan comisionados de plantilla contándose chistes llenos de corrección política, mientras se estiran la falda o se limpian la caspa de la corbata. Si uno mira alrededor, aún no se aprecia la multiplicación de los panes y los peces, pero nos invade una bruma de debates inútiles, rebuscados y etéreos, incapaces de superar el dilema de una elección entre el blanco y el negro, entre la paz y la guerra, en medio del fuego cruzado de los corsarios informáticos y la invasión de las bacterias criadas en granjas ecológicas. Europa es, también, una corte de funcionarios que han encontrado la estabilidad en el empleo, justo en el corazón de la  crisis, y que forman parte ya de un partido único, con su propia ideología y una jerga compartida. De vez en cuando, tal vez cambian de ventanilla, trasladando su experiencia en el cultivo de los agros al de la fabricación de condones inteligentes, de colores vistosos y sabor a ibérico con pimentón o a dulce de canela, según el momento y las preferencias culturales. Pero Europa es, sobre todo, una extensa colección de agendas, una enciclopedia de sumarios, un acta de dimensiones monstruosas en la que se recogen introducciones y conclusiones, sin que ningún redactor sepa muy bien lo que cabe en cada sección. La práctica ha ido generando un diccionario maldito a través de un mecanismo de selección perverso y tortuoso. Cada semana, un escriba dedicado a la selección de términos escoge algunos y los difumina por el texto de la sesión. Palabras que ayer no tenían importancia cobran, de repente, un significado poliédrico y se convierten en los protagonistas de la obra. A su alrededor, el resto de la gramática inclina la cabeza y se pone al servicio de los nuevos amos, dándoles el acompañamiento preciso para que la frase parezca decir algo y se recuerde con facilidad. Tampoco su reinado será largo, y es posible que ya el mismo escriba esté redactando una nueva introducción a la agenda, poniendo una nueva fecha a la instauración de la felicidad o decidiendo los titulares del futuro. Mientras, en la ventanilla de al lado, otro va imprimiendo con contundencia el sello de caducidad sobre los mismos párrafos que ayer parecían destinados a ser la base de la posteridad, y hoy tan solo son material de archivo y banco de citas para la memoria plurianual.