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A PROPÓSITO > POR AURELIO GONZÁLEZ

La educación, a examen

   

Los técnicos delegados de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) para el informe PISA, Mihaylo Milovanovich y Caroline Mcready, han dicho estos días en las Islas que detectan falta de autocrítica en la comunidad educativa canaria, por lo que las conclusiones del informe sobre nuestra realidad escolar que el Ejecutivo autónomo les acaba de encargar puede no ser agradable de escuchar.

Para la elaboración del referido informe, que será entregado al Gobierno canario el próximo mes de septiembre, los citados técnicos han obtenido datos, impresiones y testimonios de los distintos sectores sociales relacionados con el mundo educativo y han visitado un total de once centros canarios de enseñanza pública no universitaria.

Sin embargo, las asociaciones de madres y padres (Ampas) coordinadas de Tenerife se han quejado de que el profesorado no ha sido lo suficientemente escuchado y han añadido que “es escandaloso que el sindicato de profesores con más representación en el sector haya sido excluido de las reuniones programadas”.

Las madres y padres que quejan, además, de que los técnicos de PISA no se hayan llevado una idea real de los situación de los centros educativos canarios, “pues no es lo mismo -han dicho- un colegio en el casco de La Laguna que uno en un barrio periférico de Santa Cruz de Tenerife, o un instituto en una zona rural de La Palma o en La Gomera que uno en el casco de Las Palmas de Gran Canaria”.

Hemos de alegrarnos de la solicitud de ese informe para intentar mejorar la oferta educativa canaria pero leyendo lo que han dicho los representantes de las familias de nuestros escolares uno empieza a dudar si realmente ese informe nos va a servir para algo o sólo se trata de una exhibición mediática de la voluntad y el esfuerzo de la administración educativa canaria para mejorar la calidad de la enseñanza en nuestras aulas.

No obstante, me ha gustado que estos técnicos europeos expertos en técnicas de aprendizaje en función de las diversas realidades sociales hayan detectado nuestra escasa actitud autocrítica y que las causas de nuestro bajo rendimiento escolar hay que buscarlas mucho más en el profesorado y en las familias que en los alumnos.

Me ha gustado porque el primer paso para resolver un problema consiste en reconocer la existencia de éste y para afrontar la resolución del fracaso educativo tenemos que empezar por considerarnos todos un poco culpables.

El rendimiento escolar de un alumno es la consecuencia de la interacción del profesorado, la familia y el entorno extrafamiliar más inmediato, fundamentalmente. Más que a sus escasas e innatas capacidades, el bajo rendimiento académico de un alumno es consecuencia de la ausencia de elementos motivacionales que hagan posible, dentro y fuera del aula, la existencia de necesidades de atención, estudio y aprendizaje.

La actitud del profesor ante el alumno constituye el factor motivacional más efectivo en todo proceso de aprendizaje.
Es él el encargado de crear constantemente en el aula el clima necesario que posibilite la atención del alumno y su curiosidad por el mundo del conocimiento.

Sin embargo, este factor tan determinante del hecho didáctico no se está teniendo lo suficientemente en cuenta a la hora de señalar las causas del alto fracaso escolar que padecemos.

Tenemos que preguntarnos, en este sentido, si de verdad queremos mejorar nuestra calidad educativa, por qué hoy hay tantos profesores y profesoras que acuden a diario a sus puesto de trabajo sin el más mínimo entusiasmo por realizar una labor tan hermosa y tan satisfactoria como es la de transmitir conocimientos y despertar necesidades de estudio.

Tenemos que preguntarnos por qué hay hoy tantos enseñantes que quieren dejar de serlo.

En mi opinión este desánimo y desarraigo profesional de un gran sector de docentes se debe fundamentalmente a dos razones: a la pobre y escasa consideración que tiene hoy el enseñante desde la sociedad y desde la propia administración educativa, y a la escasa vocación y aptitud que para la enseñanza muestran muchos titulados que ejercen cada día dentro de un aula.

Esto es duro decirlo pero es verdad. A mí me entristece mucho, por ejemplo, oír decir cada vez más a la gente, y en especial a alumnos universitarios (muchos de ellos fracasados en otros estudios), que cursan Magisterio porque es una carrera corta y es fácil de aprobar.

¿Por qué nos extrañamos, entonces, de que haya tanto fracaso en nuestra aulas?

¿Por qué no hacemos un esfuerzo por devolver la dignidad profesional y académica a las personas que han de enseñar y educar a nuestros hijos?