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POR EDUARDO GARCÍA ROJAS >

Preso del número 44.904

   

La vida de Jorge Semprún (Madrid, 1923- París 2011) estuvo marcada por un número. Concretamente el 44.904, cifra que marca un antes y un después en lo que fue su existencia. Por este número se le reconoció en el campo de concentración de Buchenwald (Alemania) tras ser detenido por la Gestapo en 1943. Quienes lo conocieron aseguran que los dieciséis meses que pasó encerrado en esta antesala al infierno cambiaron radicalmente su vida. El propio Semprún aseguraba que jamás se le borraría de la memoria el olor a carne quemada.

Militante activo del PCE, fue elegido miembro del Comité Central en 1953, así que resulta bastante difícil separar al hombre de acción del escritor a la hora de valorar su trabajo porque la mayoría de sus novelas resultan inconfundiblemente políticas. Su Autobiografía de Federico Sánchez, por la que obtuvo el premio Planeta 1977, es un texto de obligada lectura que mostró a muchos que el totalitarismo también podía ser de izquierdas. Una izquierda inquietamente pragmática que no duda en devorar a sus propios hijos. No es, sin embargo, Autobiografía de Federico Sánchez un libro denuncia sino la confesión de un hombre desengañado, que describe con una sinceridad que en ocasiones resulta aplastante el divorcio con otro capítulo de su vida. Una vez más, experiencia política y literaria se confunde en su producción literaria. Asunto en el que volverá a insistir en esa extraña novela de espías metafísica que es La segunda muerte de Ramón Mercader y en algunos de los guiones cinematográficos en los que colaboró. Recuerdo ahora Z y La confesión, de Costa Gavras, y La guerra ha terminado de Alain Resnais, entre otras.

Escritor mucho más reconocido en Francia que en su propio país, y a modo de tercer capítulo de una vida comprometida, Semprún enlazó política y literatura cuando fue designado en 1988 por el Gobierno socialista de Felipe González como ministro de Cultura.

Casi nadie se acuerda del trabajo que hizo al frente de este departamento, pero cabe señalar que inició las negociaciones para la adquisición de la Colección Thyssen y que fue el precursor del Decreto de ayuda a la Cinematografía de 1989 y del borrador de la Ley de Mecenazgo Artístico y Cultural que contribuyeron a enriquecer y ordenar el disperso mapa cultural de este país. Es verdad, no obstante, que muchas de estas medidas fueran seriamente contestadas.

Hombre de profundas convicciones europeístas, pero de un europeísmo francófono, no deja de resultar curioso que tras abandonar su cargo de ministro, Jorge Semprún estableciera su residencia en Francia. País en el que vivió hasta su muerte.

Durante todo este tiempo, nunca olvidó haber sido el preso número 44.904 del campo de concentración de Buchenwald, si bien intentó exorcizar estos demonios en sus novelas, todas ellas muy vinculadas a su actividad política.

Quiero pensar que al final logró triturar lo que significaba esa cifra maldita.

Y quiero pensarlo porque entiendo que Semprún fue un resistente.

Y los resistentes, ya se sabe, siempre vencen.