En Canarias, después de las elecciones autonómicas siempre comienza el baile de los pactos. Bueno, en realidad comienza el baile del pacto con ATI-Coalición Canaria, un baile en el que Coalición elige entre el Partido Popular y el Partido Socialista a quien le concede el honor de compartir unas migajas de poder, y a quien repudia y expulsa a la oposición, en donde no hay ni cargos ni prebendas que repartir. Y el ciudadano elector se desorienta -se desmoraliza- cuando advierte que unos partidos perdedores se alían para dejar en la oposición al que ha ganado sin mayoría absoluta. Sin ir más lejos, la Dirección federal de Izquierda Unida ha acordado el pasado jueves abrir un expediente informativo a sus tres diputados en Extremadura por haberse comportado democráticamente y haber permitido con su abstención que fuese investido presidente de la Comunidad el candidato del partido más votado, el popular José Antonio Monago.
Al final, la profunda crisis del socialismo tinerfeño, el exilio dorado de López Aguilar en Europa y la salida menos dorada de Santiago Pérez y su gente fuera del partido (entre los socialistas también hay clases, faltaría más), tenían como último -y único- objetivo concurrir a este baile del pacto con altas posibilidades de salir elegidos. Los continuos viajes pre electorales de José Miguel Pérez a Tenerife y sus encuentros con los dirigentes áticos sentaron las bases del pacto. Después, los pésimos resultados electorales socialistas y la victoria en votos de los populares inclinaron definitivamente la balanza a su favor para sellar un pacto que no tiene en cuenta el inequívoco rechazo al Partido Socialista que los españoles -y los canarios- acabamos de expresar en las urnas. Pero desoír la voluntad ciudadana no es algo que le importe a ATI-Coalición Canaria. Ya lo hace cuando reclama la presidencia del Gobierno canario.
Tanto los socialistas como los populares isleños esgrimen estrategias y respuestas muy débiles y comedidas frente a los coalicioneros porque son conscientes de su extrema debilidad, sobre todo en las islas occidentales. Dan la impresión de estar convencidos de que ATI-Coalición Canaria es invencible, aunque pierda apoyo electoral, y de que el sistema electoral canario les condena a su triste papel. En consecuencia, parecen más interesados en conservar allí donde pueden sus cuotas de poder y sus cargos a la sombra del gran hermano que en fortalecer a sus partidos. Vivir siempre en la oposición no es saludable, y el sector mayoritario del Partido Socialista canario, por ejemplo, entendió que López Aguilar, Santiago Pérez y los otros impedían al partido mejorar su calidad de vida.
En realidad, uno de los grandes aciertos políticos de ATI-Coalición Canaria, su gran habilidad, consustancial con su estrategia política, ha sido que en estos años de poder ha logrado, además de controlar la mayoría de las instancias sociales y económicas de las Islas, conformar sectores socialistas, populares e, incluso, de antiguos comunistas que actúan en la práctica como prolongaciones suyas. En Tenerife y en su capital, por citar un caso, ATI ha contado siempre con secciones -fracciones- socialistas, populares, nacionalistas y de clasificaciones varias, sectores o fracciones que no escatiman esfuerzos para hacer méritos ante sus mentores.
Esta práctica se ha visto facilitada porque se trata de una fuerza política que se reclama nacionalista, y este tipo de partidos obtienen su fortaleza del moverse en la cuerda floja de la más extrema ambigüedad en relación a sus ideas y sus fines, y suelen defender simultáneamente una cosa y su contraria según quién habla y dónde lo hace. Además, ATI-Coalición Canaria ha jugado intensamente su papel de playa salvadora de náufragos políticos y, al tiempo, plataforma de desembarco útil para personajes en busca de autor. Y ha patrocinado su conversión al nacionalismo en el camino del poder. Por si fuera poco, ATI, el partido hegemónico dentro de Coalición Canaria, comparte intereses y opciones con el Partido Popular, hasta el punto de que muchos de sus dirigentes y militantes son rigurosamente intercambiables e indistinguibles: de hecho, algunos ya se han intercambiado y otros sueñan con hacerlo cuando sean mayores.
Entre los resultados más curiosos de la estrategia de ATI-Coalición Canaria que comentamos cabe destacar que la práctica totalidad de los que en los años setenta y ochenta despachaban en Tenerife y otras islas cartas de pureza democrática y carnets de demócrata desde el Partido Comunista y otras izquierdas han terminado como fieles servidores de ATI y de la derecha social y el empresariado tinerfeños. Incluso es posible que alguno lo fuera ya entonces. La coherencia es muy dura de llevar con las alforjas vacías.
Dicha estrategia de ATI-Coalición Canaria se ve muy favorecida, además, por otra de las características definitorias de la política canaria, que es su peculiar y casi excluyente personalismo. Decir en este Archipiélago que alguien es de un partido es decir muy poco, si no se especifica cuidadosamente a qué isla y a qué sector social y económico pertenece. Entre nosotros ocurre lo mismo que en las antiguas polis griegas con los metecos o ciudadanos residentes originarios de otras polis: aquí tampoco disponemos de un sistema de naturalización para ellos. Y así, durante toda su vida, un canario será considerado por los demás canarios como ligado ineluctablemente a la isla en donde ha nacido. O, al menos, será sospechoso de estarlo y, encima, de intentar favorecer a su isla en detrimento de las restantes.
La película de Sydney Pollack que es español se tituló ¡Danzad, danzad malditos!, y la novela de Horace McCoy en la que se basó su guión, son obras corales pesimistas y claustrofóbicas que analizan la condición humana y transmiten una atmósfera de desolación, en la que se mueven unos personajes inestables al borde del colapso emocional en los años de la llamada Gran Depresión norteamericana. La actual crisis económica y financiera mundial nos obliga a vivir una segunda Gran Depresión a mayor escala. Y la actual y evidente crisis de la democracia española -y de la canaria- también nos transmite a todos los demócratas una preocupante atmósfera de desolación e inestabilidad. Porque nos tememos que tendremos que seguir danzando al son que nos toquen los partidos y sus pactos de perdedores. Y que mientras danzamos, ellos se limitarán a contemplarnos y a sonreír exhibiendo esos pactos.