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Por Tomás Gandía >

Carácter

   

En nuestro ambiente social se considera que la gente se encuentra siempre a la expectativa de personas incapaces de vender su conciencia; que se mantengan orientadas hacia la honradez, como la brújula hacia el polo; que defiendan la justicia, aunque se desplome el cielo y se hunda la tierra; que sean rectas e íntegramente sanas hasta el fondo de su corazón; que jamás traicionen a la verdad, y den valientemente en rostro a los perversos; que no sean jactanciosos ni petulantes; que muestren pruebas de valor sin engreimiento; que conozcan sus asuntos y en ellos se ocupen; que sepan resistir a la ilicitud, y negarse a la prevaricación.

Existen hombres y mujeres que triunfan antes de hablar, y ejercen una influencia muy superior a su actuación, de modo que muchos se preguntan cuál es el secreto de ese poder sobre los demás. Hay en la vida del ser humano algo más grande que su actuación profesional y que sus proezas; algo mayor que la riqueza y el talento; algo más duradero que la fama. Multitud de individuos cifran su esperanza en la educación, en la cultura, en los refinados influjos de la civilización. Pero estos factores no podrán nunca de por sí engrandecer ni liberar a una comunidad. El arte, el lujo, y la degradación han sido buenos compañeros en el curso de los siglos. Probablemente constituya el carácter la única fuerza que actúa por su propia virtualidad en esta sociedad en que nos movemos. Podrá un individuo tener escasa cultura y modesta posición social; pero si su carácter es firme, recio y eterno, derramará decisiva influencia alrededor.

Nos parecemos a esos insectos que toman el matiz de las plantas en que se aposentan, pues tarde o temprano nos identificamos con el influjo mental que recibimos, y con los seres a quienes amamos. Cada acción nuestra, cada palabra, cada pensamiento, queda escrito con acertada pluma en la última contextura de nuestra personalidad. Mucho cuesta aprender que cada cosa engendra su semejante; que una bellota se convierte en roble; que siempre se juntan las aves de un mismo plumaje; que los seres y las cosas afines acaban por identificarse, comunicándose recíprocamente sus propiedades. Las amistades, amores, luchas, triunfos, derrotas, anhelos, intrigas, honras y deshonras, marcan y dejan sus indelebles huellas en las ventanas del espíritu que a todas partes pregona.

Toda victoria en el mundo mental y mortal, así como los desinteresados esfuerzos intelectuales, redundan en auxilio y provecho de la sociedad en general. El carácter es la seña imperecedera de toda labor, y determina la valía de quien la lleva a cabo.