Con la transición polÃtica ocurre lo que con los dogmas espirituales, que entran por la vÃa de la fe -ese camino misterioso y distinto en cada hombre- o simplemente no entran. La transformación de un régimen totalitario -con epÃlogos canallescos hasta la desaparición del dictador y con la herencia injusta de una implacable banda terrorista- fue un ejercicio de prestidigitación, donde la buen voluntad de los actores -la lista está en la mente de todos- dio crédito al truco, ideado hasta en sus últimos detalles por Fernández Miranda y ejecutado con temple y duende torero por Adolfo Suárez, primera vÃctima del caÃnismo carpetovetónico, cuando la hoja de ruta fue posible.
Al periodista y polÃtico Carlos SentÃs Anfruns (1911-2011) le faltaron cuatro meses para cumplir el siglo y la decisión para contarnos, desde su privilegiada atalaya y su prodigiosa memoria, los tumbos de este paÃs que, contra violentos anacrónicos y nostálgicos ruidosos, consolidó una democracia a prueba de riesgos y amenazas. Fue un eficaz corresponsal en el exterior y un polÃtico de raza, secretario del consejero de economÃa de la Generalitat cuando Lluis Companys proclamó la República Catalana; en el lustro republicano escribió en castellano para el monárquico ABC y en catalán para La Vanguardia, diario con el que colaboró semanalmente hasta su muerte. Tras la Guerra Civil, colaboró con el régimen y, en los años sesenta, cuando el despegue económico, gracias al turismo, no se compadecÃa con la falta de libertades, dirigió y presidió la Agencia Efe por encargo de su buen amigo Manuel Fraga.
Presidió la Asociación de la Prensa de Barcelona tras la muerte de Franco y el Colegio de Periodistas de Barcelona, dos baluartes de la libertad de expresión cuando el fantasma del golpe alentaba en cuarteles y cenáculos civiles; diputado por Unión de Centro Democrático entre 1977 y 1979 y consejero sin cartera de la Generalitat, restablecida con la presidencia de Josep Tarradellas y, como Suárez y el Honorable, abandonó la polÃtica activa en la frontera de los ochenta. Dejó una docena de libros, editados en su mayorÃa en la década de los cuarenta, unas memorias detenidas en 1950 y, por ende, una tarea pendiente: la relación circunstanciada de un periodo que, con muchas luces y notables sombras, nos devolvió la dignidad y los derechos. Azares trágicos en algunos casos y meras razones vegetativas, en otros, nos han hurtado hasta la fecha testimonios en primera persona de la transición que se elogia o se fustiga a gusto del opinante, en cualquier caso interesado.