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Por Arturo Trujillo >

El populismo de Rubalcaba

   

El candidato socialista a las próximas elecciones generales, Pérez Rubalcaba, se presentó este fin de semana ante sus conmilitones para intentar, según había anunciado su mentor Zapatero, presentar un proyecto serio para nuestro país. Pero al menos yo me he quedado con las ganas, porque serio puede que lo sea, pero vacío y anclado en el pasado, también. Ni siquiera me parece creíble esa reforma electoral que ahora quiere abanderar, cuando hace solo siete meses votó en su contra. No fue el discurso que tantas expectativas había creado por el fervor impostado de Zapatero en aquel anuncio de un antes y un después de su lectura. No es lo que estábamos esperando. Nada nuevo en el horizonte. El discurso del candidato socialista me defraudó, sobre todo porque crea falsas expectativas. Fue un discurso cargado de demagogia. De esa demagogia que permite a un candidato hacer cuantas promesas se le vengan en gana, sabiendo que no va a tener que cumplirlas. Ya lo decía Quevedo, “nadie ofrece tanto como el que no va a cumplir”. Y me pareció también el discurso de alguien que intenta quitarse el estigma del viejo socialismo, sin conseguirlo. Y es que Rubalcaba lleva ya más de treinta años subido a la política. Desde que gobernaba Adolfo Suárez, allá por la transición, mucho antes de que llegara Zapatero a la política, ya Rubalcaba se desenvolvía como pez en el agua en la oposición junto a Felipe González.

Si tuviese que destacar algo interesante de ese discurso con el que Rubalcaba se presentó ante los suyos como ganador de unas primarias que nunca existieron, sería, por un lado, el fuerte giro social hacia la izquierda, con el abandono definitivo del centro y, por otro, que dejó meridianamente claro no compartir con el presidente Zapatero sus recetas contra el paro, ni sus planes políticos. Pero no lo comparte ahora, cuando se ha emancipado de su mentor. Parece que los siete años dentro de un Gobierno en el que fue hombre clave de su organigrama ya no cuentan. Y es que los políticos suelen funcionar a golpe de timón para aprovechar la corriente favorable del momento. Unas veces se posicionan en un sentido para más tarde utilizar el contrario y aplicar aquel dicho español de “donde dije digo, digo Diego”, y quedarse tan panchos.

Aprovechó Rubalcaba su discurso para insistir también en lo que ya había manifestado días antes en torno a la banca española. Posiblemente con la intención de recuperar alguno de los muchos votos perdidos por la izquierda. El candidato socialista intentó demonizar a la banca hasta convertirla en el chivo expiatorio de la triste situación en que nos hallamos. Ya no se acuerda de cuando el Gobierno socialista, en el que él ha pertenecido durante siete años, se reunía con los banqueros de este país en La Moncloa y se les llenaba la boca en defensa de nuestro sistema financiero, al que el propio presidente Zapatero llegó a calificar como “el mejor del mundo”. Y menos aún recuerda cuando les daban dinero con el que reflotar las cajas. Que conste que no es mi intención convertirme en defensor de la banca. No puedo serlo, porque estoy absolutamente en desacuerdo con muchas de sus prácticas. Sobre todo cuando a partir de 2001, la burbuja inmobiliaria comenzó a inflarse y creyeron que la prosperidad y el empleo serían eternos. A partir de ese momento comenzaron a ofrecer dinero demasiado fácil. Pero de ahí a convertir a la banca en culpables de todos nuestros males, va un abismo. No estoy de acuerdo con que se lleven a cabo ciertos ataques demagógicos contra ella. Y menos en estos momentos en los que puede influir negativamente en los mercados financieros. Es cierto que los bancos cometieron muchas alegrías, pero también lo es que este Gobierno y el Banco de España han tenido ocho años para amortiguar sus efectos. Como también es cierto que en la primera legislatura del Gobierno de Zapatero, en la que Rubalcaba entró a formar parte de él, utilizaron el despilfarro como elemento necesario para aparentar que el país seguía creciendo.

Me cuesta creer que la estrategia de Rubalcaba pase por la utilización de prácticas populistas. Y aunque la dureza de la crisis económica nos lleve a todos a tener que realizar esfuerzos significativos para poder paliar sus consecuencias y preservar los niveles de desarrollo y bienestar, una recuperación económica sólida y duradera no se consigue con esas prácticas. Ni abriendo la caja de Pandora, como ha hecho el candidato Rubalcaba. Y menos aún si pretende exigirles que impulsen el empleo con parte de sus beneficios. De igual manera, creo que no sería justo culpar únicamente a los bancos de la concesión de hipotecas de alto riesgo sin preguntarse, al mismo tiempo, donde se encontraban el Banco de España y el Gobierno socialista de Rubalcaba en aquellos momentos. Este último, sacando tajada de aquella burbuja inmobiliaria y presumiendo que teníamos el mejor sistema financiero del mundo.

Ahora, una vez anunciada, aunque aún no ejecutada, la decisión de Rubalcaba de dejar todos sus puestos en el Gobierno actual, y escuchado también su expectante (¿) -según Zapatero- discurso de entronización, ante la ejecutiva nacional de su partido, como candidato a las próximas elecciones generales, lo que toca es votar.

Toca ya que Zapatero convoque elecciones anticipadas. Unas elecciones que nos permita a los ciudadanos elegir a quienes queremos nos gobiernen los próximos cuatro años. A aquellos que creemos que nos van a poder sacar del camino equivocado por el que nos ha conducido Zapatero hasta ahora. Ahora si que nada justifica la prolongación de esta legislatura.