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Por Alfonso González Jerez >

Elecciones

   

Ya con la chola en el estribo de las vacaciones se materializa José Luis Rodríguez Zapatero y anuncia el adelanto de las elecciones generales para el próximo 20 de noviembre. Al cabo de un par de horas, después de los ronroneos de rigor, la gente dirige su mirada a las bolsas y comprueba, con cierta estupefacción, que no ha pasado absolutamente nada. La sorpresa aumentará más, a buen seguro, cuando se celebren los comicios, gane el PP y Mariano Rajoy jure como presidente del Gobierno español: después de algún rebote parapléjico, la bolsa seguirá bajando, el coste de colocar deuda pública continuará en aumento y las agencias de calificación negarán piadosamente con la cabeza mientras afilan más las guadañas sobre el pescuezo del crédito internacional de la economía española.

Lo que requería la situación agónica del país son acuerdos entre las dos principales fuerzas política en materia económica, presupuestaria y fiscal: acuerdos en los que deberían intervenir activa y responsablemente todas las administraciones públicas. Obviamente no ha sido así, y en el último Consejo de Política Económica y Fiscal las propuestas se precipitaron hacia una maravillosa solución coyuntural dirigida al Gobierno central: ¿qué le parece si para devolver nuestras deudas nos endeudamos un poco más? Hastía ya recordar el caso de Portugal: las nuevas elecciones, que ganó con amplitud el centroderecha, no supusieron ningún estímulo para vehicular el optimismo y la energía, como ahora expresa cantarinamente Rajoy a propósito de España. Digamos que fue un asunto estrictamente político con escasísima repercusión en la situación económica de Portugal, sus cuentas públicas, empresas y ciudadanos. Lo mismo ocurrirá indefectiblemente por estos lares. Lo será porque este país -y en particular su clase política, su élite empresarias y sus burocracias sindicales- no termina de metabolizar que nos encontramos en una situación de emergencia económica y social sin precedentes en el contexto de un sistema capitalista que hace aguas por todos lados y amenaza con una recesión difícilmente descriptible. Confundir la política con las elecciones es uno de los síntomas de una democracia esclerótica y desnortada. Confundir las elecciones con la vía expedita a la salida de una crisis de esta naturaleza, en cambio, es una irresponsabilidad manifiesta o, simplemente, una canallada.