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POR FERMÍN BOCOS >

La arrogancia del candidato

   

El mal de las alturas nubla el buen juicio. Es quebranto del que pocos se libran y alcanza incluso a personas dadas a razonar y ser razonables. Una manifestación madrugadora de dicho mal es la prepotencia, antesala de la arrogancia que empuja al afectado a rechazar el consejo ajeno. Incluido el de sus más allegados.

Me pareció ver un ejemplo de dicho mal en la rebotada respuesta que dio Pérez Rubalcaba al conocer la opinión de Felipe González acerca de cuándo debía dimitir de todos sus cargos para centrarse en las tareas propias de la candidatura. González creía que debería hacerlo “ya”, expresando, por cierto, una idea compartida por una amplia mayoría de españoles a juzgar por las últimas encuestas.

Pero el “triministro” no está por recibir consejos de nadie. Según sus palabras, sabe muy bien lo que tiene que hacer. Aquellas declaraciones concluían con una coda arrogante: pueden ahorrarse los consejos. Quise creer que no era réplica directa a Felipe González, la persona a quien le debe todo cuanto es en la política, pero posteriores comentarios de otros personajes del actual retablo gubernamental (José Blanco, Elena Salgado) me han hecho dudar. En fin, como decía, oído lo dicho por el candidato presidencial del Partido Socialista me pareció reconocer los primeros síntomas de ese mal de las alturas al que me refería y toda duda quedó disipada al escucharle decir en otro momento lo que sigue: “Yo sé como crear empleo”. ¿Lo sabe y guarda el secreto? Puestos a saber, ¿sabe que en España hay más de cuatro millones y medio de ciudadanos en paro que cuentan los días por las esperanzas fallidas de encontrar un empleo?

Llevado de las obligaciones de tantas encomiendas ministeriales, ¿tiene tiempo para analizar el recorrido de las cosas que dice?

Los dioses perdonaban todo a los humanos salvo la arrogancia. La hybris no era grata a sus ojos por lo que tiene de prepotencia frente al resto de los mortales. Tratándose de Alfredo Pérez Rubalcaba, por su probada astucia, siempre pensé que estaba más cerca de Ulises que de Aquiles, el de los pies ligeros. Estaba equivocado. Parece que ha elegido a sabiendas su destino.