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Por Tomás Gandía >

Reglas

   

Desearíamos que nuestros descendientes desenvolviesen rotundas convicciones para manifestar la verdad. Que obtuvieran la imprescindible educación, formación y orientación para la consideración normativa de las disposiciones que contemplan el comportamiento exigible en una sociedad plural contemporánea. Que aprendiesen a respetar el contenido significativo de lo que constituye la conceptuación y distinción del bien y del mar en los códigos de la comunidad en que desarrollan la vida. Que fuesen valientes, persistentes contra las dificultades, resistentes ante las tentaciones de los hábitos nocivos y perjudiciales. Que pudieran sacrificar goces presentes por otros remotos más recomendables y beneficiosos. Que alcanzaran a tener o poseer el recto sentido de la justicia, equidad, solidaridad y ecuanimidad. Que fueran perseverantes en la responsabilidad y fidelidad a los principios, y también en el honrado trabajo con ambición honesta.

Los progenitores no acostumbran a esperar que se les garantice que los hijos harán esto o aquello en determinado momento en el futuro. Indagan rasgos de carácter. Buscan señales de firmes tendencias o decididas inclinaciones, talento e ingenio, y fórmulas para saber reaccionar de cierta manera en presencia de obstáculos, deberes, impedimentos y conflictos.

La gente convendrá en que no habría de existir un conjunto preestablecido de reglas para enfocar a los hijos, pero insistirán en que a la larga los fundamentos de veracidad, honradez, valor, cumplimiento de lo prometido, civismo, constancia, fuerza de voluntad, laboriosidad, responsabilidad, ambición honesta, solidaridad, entre otros, supondrán pautas seguras para que actúen y se desenvuelvan con integridad. Estos valores o principios son parte de la cultura. Están reforzados por las creencias y tradiciones.

Los padres no los discuten ni gastan demasiado tiempo en los casos especiales en que no pueden aplicarse precisa o felizmente. Lo que la mayoría de los padres quisiera es que los hijos tengan un firme y resolutivo sentido del deber, y una decidida tendencia a cumplirlo. Les preocupa menos pensar en lo que constituye el deber, que observar y comprender que realmente lo cumplirían. Aristóteles señalaba que el estudio de la ética no forma la disposición emocional a hacer lo correcto. Lo que podemos hacer se puede aprender de manera relativamente fácil y hasta sencilla. Mucho más difícil es aprender lo que debemos hacer. En la solución de los problemas puede tratarse de dilucidar el significado de nuestro deber, y en un programa de orientación las personas podrían aclarar la forma o manera de tomar decisiones morales más inteligentes en sus propias vidas, pero parece evidente que el aprendizaje de lo que debemos hacer únicamente podría producirse reflexionando en las situaciones morales de otros, y de nosotros mismos.

Indica Dewey que rasgos tales como la honradez, la perseverancia y la sensibilidad a las demandas y apelaciones de los demás, se forman en el individuo como resultado directo de saber resolver inteligentemente los problemas.