Por Juan Bosco >

Y ahora, ¿qué?

Pasé un día difícil, aplastado por un extraño decaimiento que pude sentir desde por la mañana. Algo perverso había en el aire; crecía, se extendía hasta donde me alcanzaba la vista y no supe qué podía estar sucediendo hasta que, a media tarde, una voz hermana me dio la noticia: han matado a Facundo Cabral. ¿Que qué pensé? Pues qué voy a pensar: otro profeta que nos roban, como si matándole a él nos mataran a todos. Pobre Latinoamérica, pobre mundo, que se deshace de los voceros de la verdad como agua sucia; mundo podrido; y lo digo así porque es bueno llamar a las cosas por su nombre. Porque este mundo, que entre todos mantenemos, al que todos damos forma y que, paradójicamente, todos sufrimos, no tiene nada que ver con la vida. Tan es así que mundo y vida son realidades diferentes, dispares, opuestas, antagónicas. Y se debe a que la vida es una realidad en sí misma; el mundo, en cambio, es circunstancial, y del mismo modo que es así puede ser de otra manera; por ejemplo, podría transitar, de una vez, si quisiéramos como un río por el surco de la vida. Pero para eso necesitamos dejar de inventarnos fórmulas, procedimientos… pretextos, como decía Facundo, que nos distraen, que nos apartan, que nos dividen, que nos alejan de eso tan grande que somos: la Vida. Por eso es la locura, la nuestra, la que lo ha asesinado; la locura que se rige por verbos que debieran ser borrados: poseer, dominar, manipular, atacar, someter…, y tantos otros que, como estúpidos, ejercemos siempre sobre nuestros semejantes, olvidando un principio fundamental por el que se rige todo cuanto existe y que debiera impartirse en las escuelas: cada uno es nosotros. Y van ya muchos siglos, demasiados siglos matando a los profetas, que se plantan en el mundo para decir basta y proclamar la Vida, así, con mayúscula, frente a este conglomerado de infortunios, falacias y despropósitos que hemos creado para vivir. Pues yo digo que, frente a la barbarie, el amor, porque es lo que siempre nos queda por hacer, la gran asignatura pendiente del ser humano, irrenunciable para poder definirse con honestidad de ese modo; porque es desde el amor como es posible regresar al curso de la Vida, de donde nunca debimos desviarnos; es desde el amor como es posible tumbar el invento y empezar otra vez; es desde el amor como cualquier cosa deja de ser inalcanzable y los retos terminan siendo realidades; es desde el amor como es posible hallar sentido, motivación y entereza. Pero tiene que ser el Amor, también en mayúsculas, no esa bobería que aprendimos de la televisión o que adoptamos de formas sociales egoístas; no el romanticismo tonto del cine; no la contienda pseudoafectiva… No y un millón de veces no. Tiene que ser el Amor, eso tan nuestro, tan real y tan vital que nos cantaba Facundo. Así que, entonces, ahora, ¿qué? Leí hace tiempo un hermoso poema en el que, como él hacía, se reivindicaba a Jesús de Nazaret, afirmando que, aunque lo mataron, nos quedó su palabra y la fortuna de haber ir de la mano del mejor poeta. Pues como el Amor no sabe de religiones, confesiones, ideologías…, la voz de Facundo tampoco dejará nunca de cantar la Verdad, esa Verdad que es, que permanece, que se encarna en nosotros; esa Verdad que está más allá de las palabras, de las razones… Llegará un día en que será posible; ese día les prometo que será el alba del mundo y, cuando llegue, todos sabremos y querremos celebrar la fortuna de estar vivos; en ese momento será la Verdad, la Verdad que tenemos, la Verdad que somos, y ya no habrá bala que la pueda matar. Adelante.

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