La verdad es que la fecha del 20-N (veinte de noviembre) a mí no me decía nada; quiero decir que en los últimos años como que no me enteraba, salvo, alguna que otra noticia, sobre todo de la prensa conservadora, que recordaba que en ese día y mes, año de 1975, murió el dictador.
Cierto es que durante muchos años vivimos con la tortuosa exaltación que los fachas dedicaban al día, con misas que encargaban en todas las iglesias de la geografía española, y que los curas ofrecían con gustosa devoción, no al acto sacramental, sino al recuerdo del genocida al que en vida recibían en sus templos bajo palio. Por fortuna es un tormento superado por la inmensa mayoría de los españoles.
Total, que llega José Luis Rodríguez Zapatero, en un alarde de maestría política, y para que nadie olvide que fue presidente del Gobierno español, hace coincidir su retirada con el día y el mes de la muerte del Führer español; vale, de acuerdo, también los había malos, pero no en el otro bando, como señalan los fascistas, sino del lado republicano donde estaba establecido el orden constitucional. Disculpen, pero es que no me apetece abrir viejas heridas, porque lo que realmente escarbo, investigo y analizo es que elegir el 20-N tiene una connotación sicológica especial, que así, a voz de pronto, no se me ocurre señalar cuál puede ser.
Después de estrujarme el magín, llego a la conclusión de que realmente ZP lo que ha querido hacer eligiendo el 20-N es seguir de mosca cojonera de Mariano Rajoy hasta última hora. Y además, y hete aquí el secreto no desvelado, indicar al jefe de los conservadores por dónde queda la salida, sin retorno, del Congreso de los Diputados. Es decir, que la fecha del 20-N no ha sido un capricho, sino toda una decisión que pretende rememorar en el mismo día tres acontecimientos históricos: la muerte de Franco; la retirada de un Zapatero al que la crisis se llevó por delante, y el fin político de un Rajoy que lo intentó por tercera vez y no pudo ser.
Desvelada la estrategia oculta, vamos con la polémica. Ahora, la verdadera intención no es de ZP, sino de Rubalcaba, cuya maligna pretensión es amargarle el día, por un lado, a Mayor Oreja, que no podrá acudir al funeral en el Valle de los Caídos, y de paso, a Intereconomía TV, que no tendrá espacio para retransmitir los actos religiosos y las manifestaciones en honor del 36 aniversario del difunto tirano. Y eso sí que lleva el sello original de una rubalcabada en toda regla. ¿Qué no tengo razón? Analicen con atención los argumentos de los que rechazan la fecha del 20-N: se podrían haber adelantado a septiembre, tal vez a mediados de octubre, incluso una semana más tarde del 20-N. No nos engañemos, el problema en sí es la coincidencia en la fecha. No se puede profanar de esta manera una efeméride tan señalada, piensan los fascistas, claro.
Mientras algunos se cabrean por las connotaciones ideológicas que tiene la fecha del 20-N, para un servidor es una muestra de alegría. No olvidemos que ese día celebramos la fiesta de la democracia, acudiendo a votar en libertad. ¡Viva el 20-N!
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