DOMINGO CRISTIANO | CARMELO J. PÉREZ HERNÁNDEZ

¿A qué vienes, Benedicto?

Pocas horas faltan ya para que el Papa aterrice en España. Cientos de miles de personas, la mayoría jóvenes, le esperan ya en Madrid. Yo también, aunque ya no soy joven por fuera. Es posible que ésta sea la visita más contestada de un Pontífice en toda la historia de la España católica. Voces de dentro y de fuera se alzan cuestionándola. He escuchado atentamente algunos discursos de ésos que llamaríamos de dentro, de comunidades cristianas y sacerdotes. Me ha decepcionado el infantilismo de los argumentos, la apuesta renovada que se lee entre líneas por sistemas e ideologías más que caducadas ya. Aburridos, muy aburridos. Puestos a criticar al Papa blandiendo un título de Teología o un clerygman como justificante de autoridad, yo esperaba más contenido, la verdad. Pero ni eso. Y luego están también estos aspirantes a desbancar a Belén Esteban como princesa del pueblo. Me refiero a los del llamado 15-M. Y ahí sí que no he encontrado nada de nada. Demagogia. Rotunda falta de información. Vicios verbales cansinos hasta el vómito. Oportunismo para excitar los líquidos de quienes les apoyaban y están cansados ya de sus antojos. Resulta que los autoerigidos en representantes del pueblo, que en principio eran apolíticos y aconfesionales, tienen el rabo a veces verde a veces rojo y respiran neoateísmo militante. ¡Anda ya! Puestos a respetar la voz del pueblo, como dicen hacer, que respeten la de las decenas de millones de votantes y la del millón de peregrinos. Y esto lo digo yo, que me paso una media de tres veces al día por sus múltiples campamentos, poblados chabolistas e incursiones para cortar el tráfico desde hace más de dos meses. Puedo presumir de saber de qué hablo. Bueno, pues ya está. Todo el veneno ya está fuera. Y ahora, a lo que íbamos, que también tengo yo mis críticas preparadas. Benedicto, ¿a qué vienes? Si vienes a decirnos lo mismo de siempre, quédate en casa. Si no traes una voz de esperanza en medio de este mundo congestionado por la tristeza y el desánimo, mejor no vengas. Si solo nos vas a recordar lo difícil que es ser joven y los peligros a los que estamos expuestos, casi mejor que no. Si vas a dedicar largas parrafadas a diagnosticar la sociedad en la que vivimos, de eso te pueden dar lecciones los que a diario la construyen desde la base. Tenemos todos bien claro lo fácil que es equivocarse y frustrar un proyecto de vida. Lo que nos cuesta más es buscar, reconocer, amar y seguir el antídoto. Mi confianza, mi seguridad, es que serás bienvenido porque vienes en el nombre del autor de la esperanza, del dueño de la vida. Y eso ha de notarse. Mi seguridad es que, lejos del populismo que es el argumento de los imbéciles, vas a predicar a Cristo muerto y resucitado y nos propondrás buscarlo y seguirlo con renovado ánimo. Tengo para mí que vendrás a alegrarte con nosotros de la importancia de ser joven, de la multiplicidad de caminos que se abren ante nosotros por el hecho de serlo. Estoy convencido de que vendrás más a felicitar que a advertir. Que abrazarás más que señalarás. Que intentarás contagiarnos sonrisas, risas a boca llena, gestos de ternura, miradas a los ojos… Que no te importará que nos riamos contigo de tí porque no has aprendido a saludar con las manos y las sonrisas se te quedan a medio camino. Yo estoy convencido, Benedicto, de que vale la pena que vengas. Nos irá bien oyéndote. Se te nota enamorado del Dios al que entregaste la vida y ése es tu único argumento. A fin de cuentas, tú no sabes manejar las masas como aquel Papa que nos vino del frío y nos cautivó con su sola presencia. Tu serenidad, tu sobriedad, nos hablan de que el importante es otro, aquel que nos invita a la eterna juventud. Yo sí te espero.
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