Periódicamente se leen noticias sobre cómo alguna propuesta laboral atrae en su convocatoria a personas que académicamente están preparadas para tareas más altas o de más responsabilidad. Eso al parecer sucede en la Palma, donde hay quienes con título universitario se han presentado optando a puestos de peón en una obra pública.
Siempre conmueve la situación socioeconómica que lleva a un licenciado a buscar un trabajo por debajo de su preparación académica y casi todo el mundo se lamenta de lo que aparentemente se supone un “descenso” en sus posibilidades, pero pocos se detienen a compadecerse de otra de las caras de esta noticia, que es la del peón que ve como el lugar que podría ocupar se ve invadido desde lo alto.
La cuestión es que un licenciado puede jugar a diversas soluciones laborales, mientras que quién únicamente tiene formación para ocupar un puesto manual, para trabajar de peón, sólo puede aspirar a ese lugar y resulta un drama social que incluso una de sus pocas salidas pueda serle arrebatada por quien tal vez se preparó para cualquier otra función y circunstancialmente desembarca allí, mientras no surja algo mejor, desplazándolo a él.
Según la CEOE de Tenerife, los datos de la tasa de paro por nivel de estudios proporcionados por la Encuesta de Población Activa desde 2002, revelan un importante incremento del desempleo de la población sin estudios, analfabetos o con estudios primarios, ya que más del 70% de este colectivo está en la actualidad en paro, frente a un 33% en 2002. Mientras, los parados con estudios superiores han tenido tasas inferiores de paro, incrementándose en el 2011 tan sólo 3 puntos porcentuales con respecto al 2002, quienes con estudios superiores se encuentran hoy en desempleo.
Es obvio que la situación socio económica puede ser igualmente difícil para un licenciado que para un trabajador sin estudios y la búsqueda de una solución es un derecho que ampara a ambos, pero no se oculta esa realidad de que cuando un abogado, por ejemplo, ocupa un puesto de ordenanza en unas oficinas, que no es acorde a su calificación académica, está desplazando del mismo a quien su tope máximo de formación llega hasta ese tipo de trabajo y sus salidas laborales son más reducidas.
Se puedev decir que uno hizo un esfuerzo de formación que no ha tenido el otro y que por ello la cosecha es diferente, pero quizás las circunstancias también pueden haber sido distintas y no tienen que ver con la dedicación personal puesta en la formación. Y cabe la duda de si el elogiable concepto de la meritocracia se puede aplicar a quien se formó, por ejemplo, en Filosofía, y reivindica el título para “puntuar” en la tarea de mezclar y aplicar cemento, y si estos estudios pueden dar un estatus especial por el mero hecho de su existencia, aunque sea dudosa su utilidad práctica en una obra, por encima de la habilidad del mismo peón.
la columna > por Manuel Iglesias