JESÚS PÉREZ | Madrid
Ni la lluvia que cayó a primera hora de la mañana, ni el calor sofocante que protagoniza el relato climatológico de la capital de España durante estos días, ni la larga noche de fiesta, ni las intensas emociones vividas en la peregrinación… Nada impidió a los cerca de mil jóvenes diocesanos isleños que han acudido a Madrid para participar en la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ) apostarse desde el mediodía de ayer ante el escenario en el que anoche el papa Benedicto XVI se presentó ante ellos por primera vez.
El sacrificio valió la pena. A las 19.30 horas, los jóvenes de las Islas fueron unos de los más cercanos a Su Santidad, que acogió sus cantos y su afecto con evidentes muestras de alegría. En realidad, fueron de los más cercanos relativamente, sobre todo si se tiene en cuenta que compartían este amplio espacio con más de un millón de personas.
Un enclave de privilegio
“Ha estado bien. Lo hemos visto, lo oíamos y teníamos muy buen ambiente alrededor”, sentencia el sacerdote tinerfeño Javier José Jiménez, quien acompañó a las personas con discapacidad desde un enclave privilegiado.
Seis horas antes de la magna presentación, una inmensa bandera canaria ondeaba ya en el madrileño paseo de Recoletos, confundiendo sus colores con las enseñas de otros 193 países del planeta. “¡Qué pa-sa-da!”. Así, sílaba a sílaba, improvisaba un rápido análisis de lo que estaba viendo en ese momento una joven procedente del tinerfeño municipio de La Matanza de Acentejo, al tiempo que un nutrido grupo de italianos se encomendaba con entusiasmo a la tarea de refrescar a parte de la expedición venida desde las Islas Canarias, haciendo un pasillo de botellas de agua que descargaban a su paso.
La unión entre culturas
Junto a los canarios, de nuevo con un buen número de los codiciados plátanos hinchables en la mano, otro grupo, en este caso, de jóvenes chinos, daba buena cuenta de su almuerzo con un magistral dominio de los tradicionales palillos. A todo esto, en las pantallas gigantes un cantautor católico nepalí amenizaba al público la espera entonando sus composiciones.
“Lo que más me llama la atención es cómo se tratan aquí unos a otros, como si se conocieran desde siempre, aunque en realidad no se habían visto nunca. Es muy agradable ver que las distintas culturas no constituyen ninguna barrera si te une la fe”, explica Crístofer Pérez, también venido desde La Matanza de Acentejo.
Un alimento de energía
“La verdad es que en mi pueblo nunca me he sentido ningún bicho raro por ser católica, pero ver esto es absolutamente impresionante y te llena de alegría y de energía”, reconoce Macarena Reina, de Guamasa, en San Cristóbal de La Laguna.
Hoy será también un día muy intenso para los canarios y todos los jóvenes de la JMJ, pues participarán en las confesiones en el parque del Retiro y en el Vía Crucis que recorra gran parte del centro de la capital.
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“Nos miraba con afecto sin conocernos”
Atrás quedan los nervios de la espera, la tensión de la incertidumbre. Sin duda, el joven Antonio David Arteaga fue el diocesano que más cerca estuvo ayer de Su Santidad Benedicto XVI. “Alucinante. Estoy sin voz y creo que es de los nervios. Estaba ahí, a un metro de mí, declara emocionado a DIARIO DE AVISOS. “Todavía no sé por qué, pero me eligieron para representar a la Diócesis Nivariense y dar la bienvenida al Papa en nombre de todos”, explica.
Por eso, Arteaga ocupó un lugar de excepción en el altar de la plaza de Cibeles. “Es una sensación que no puedo explicar. Lo miraba, estaba tan cerca… Él nos miraba con afecto sin conocernos…”, explica el joven, natural de Taco, con voz entrecortada después del encuentro.
“Cuando le ves de cerca notas que es alguien especial. Transmite serenidad y paz. Verle te anima a conocer mejor a Jesucristo”, declara Arteaga. “Todos estábamos muy nerviosos antes de empezar la ceremonia. Hablábamos unos con otros, yo me hice amigo de una chica de Plasencia y así fueron pasando las horas”, reconoce.
“Cuando Benedicto XVI pisó el altar se acabaron los nervios. Ya estaba aquí y contagiaba tranquilidad. Parecía querer saludar a cada uno personalmente. A los más de un millón, imagínate”, relata. “Hay un antes y un después en mi vida tras este día”, concluye.
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