REFLEXIÓN > POR VICENTE ÁLVAREZ GIL

¿Vacaciones?

A veces me pregunto: ¿cómo hemos llegado hasta aquí? ¿Cuándo fue el cambio…? Y no podría contestarlo con exactitud. Empecé a darme cuenta hace unos años y no fue de repente: fue una suave transición la que nos llevó a la situación actual. A la desaparición de las vacaciones. De niño era como si se abrieran todos los cielos. El momento cumbre del año junto a las navidades. Salías del ultimo día de clase y tenías más de dos meses por delante sin volver al colegio. Yo miraba hacia atrás y veía 85 escalones que no subiría en sesenta días. Era lo más parecido al estado de felicidad absoluta.

Ya más crecidito la cosa fue incluso a mejor. Si conseguías terminar el curso en junio prácticamente no volvías a la facultad hasta principios de octubre, aunque he de reconocer que no fueron muchas veces las que me pasó eso. Empezabas un nuevo curso y en solo dos meses tenías otra vez las Navidades a la vista y cuando volvías a mitad de enero el ciclo continuaba con los carnavales, Semana Santa y… otra vez verano. Eso sin contar con los numerosos puentes que se daban a lo largo del año, a los que se sumó, afortunadamente, el del 6 y 8 de diciembre.

¡Bendita Constitución! Incluso ya una vez inmerso en la vida laboral controlas la situación. Te cuesta más, pero la controlas. Te las ingenias para tener tu mes de evasión, aunque te empiezas a dar cuenta de que no es lo mismo.

Siempre hay una llamada recordatoria que te devuelve a la cruda realidad y caes en la cuenta de que la excusa “estoy de vacaciones“ ya no te vale de mucho. Las vacaciones escolares de tus hijos te sirven de coartada durante unos años, pero eso se acaba más pronto que tarde. Entonces cambias de táctica en los años siguientes. Ya tienes más responsabilidades pero también más capacidad de decisión y decides renunciar a esas grandes temporadas de asueto veraniego, pasando a combinar unos días de verano con los enormes puentes de nuestro calendario laboral. Pero, amigo, no es lo mismo. Ya no es la sensación de libertad absoluta de la niñez. Ahora te asaltan diariamente mil remordimientos y así es imposible disfrutar. El maldito móvil, que tan útil es para casi todo, tampoco ayuda aquí.

Puedes estar con el equipaje de explorador en Franklin Mountains, El Paso, Texas (no confundir con El Paso, La Palma), y recibir una llamada de un cliente, al que algún envidioso le ha proporcionado tu móvil, preguntándote por tercera vez en un mes sobre cómo van los trámites de su divorcio en Tenerife, o estar en una húmeda selva de Centroamérica, a 35 grados y 100% de humedad y viendo una especie única en el mundo de ranas rojas venenosas, y recibir un SMS de tu secretaria que reza: “Llegó carta certificada de Hacienda, ¿se la abro?” Para más inri, cuando parecía que ya entrabas en una etapa de tu vida donde habías encontrado el equilibrio entre trabajo y el derecho al ocio, se nos viene encima la crisis de las narices y te tienes que poner a trabajar el doble. Y aquí tampoco ayuda la tecnología. Ya todos asumen que, aunque te vayas de vacaciones, tendrás una mísera línea de internet a mano o como mínimo el 3G de tu maravilloso IPhone. Y es ahí cuando caes en la cuenta de que ya no existen para ti las vacaciones.

La decepción es similar a cuando te contaron lo de los Reyes Magos. Una sensación de vacío absoluto que te invade y que te acompañará el resto de tus días. Una sensación que, quizás, podrás mitigar cuando en las próximas Navidades te regalen el último Macbook Air para contestar, aunque sea mediante tethering con tu futuro IPhone 5, al cliente que te pregunta como va su divorcio en un mes de agosto.