Los futbolistas profesionales españoles han advertido de que harán huelga si no se saldan cuentas pendientes: un nuevo convenio colectivo y el abono de unos cincuenta millones de euros a jugadores de Primera y Segunda División. El previsible paro ya tiene fechas: las que se corresponden con las dos primeras jornadas de Liga, señaladas para fechas agosteñas tan tempranas por aquello de que habrá Juegos OlÃmpicos y Eurocopa de naciones el próximo año. No es nuevo este planteamiento de los profesionales del balón pues en el pasado ya paralizaron la competición o forzaron la reivindicación y la negociación hasta conseguir ciertas garantÃas. Solo que en esta oportunidad, con la crisis galopando y con las cifras de desempleo martilleando cada vez que se quiere emplear un argumento para explicitarla, el aviso de huelga como que no ha sido muy bien recibido. O por lo menos se presta a tratamientos crÃticos: eso de que los profesionales mejor pagados, algunos de ellos campeones del mundo, se muestren tan tajantes adoptando esta actitud inspira ciertos rechazos. Algunos medios no se han recatado a la hora de criticar la iniciativa que, otros años, por cierto, pudo ser atemperada por el talante de Gerardo González Movilla cuando presidÃa la Asociación de Futbolistas Españoles (AFE). Su sucesor, Luis Rubiales, se ha apresurado a decir que los jugadores no quieren más dinero sino que se cumplan los contratos. Directa o indirectamente, pone el dedo en la llaga: hasta que no se regule el mercado y hasta que por ley no se fijen lÃmites o techos de gasto a los clubes, la situación se complicará hasta extremos imprevisibles. Ya es significativo que de las 23 entidades futbolÃsticas europeas que han solicitado acogerse a la ley concursal (antigua suspensión de pagos) todas menos una sean españolas. Más significativo aún es que la deuda global de los clubes españoles se eleve a unos cinco mil millones de euros. O sea, igual estamos ante una burbuja futbolÃstica. Pasados los años, la ley de sociedades anónimas, lejos de garantizar y de exigir responsabilidades, flaquea y se revela insuficiente. La privatización de los clubes -es difÃcil encontrar una alternativa, ciertamente- empieza a ser considerada como muy negativa, y el desentendimiento de los socios a la hora de implicarse más en el control o la fiscalización de la gestión de los dirigentes complica una situación en la que las apariencias engañan: al afán de cierto empresariado (también el balompédico) por exhibir más de lo que se tiene ha terminado propiciando la venta de la entidad a jeques, magnates o multimillonarios que ven en la operación una fórmula de blindarse y una acción extra para la publicidad y sus negocios. Lo malo es cuando reviente la burbuja. Si la inmobiliaria causó y sigue causando estragos, imaginen cuando los dueños o los propietarios se cansen o los asesores ejecutivos presenten una cuenta de resultados reiteradamente deficitaria. Entonces, independientemente del estatus deportivo del momento, volverá a hablarse del sentimiento, de la historia, de la representatividad y de todas esas cosas que se aparcan en época de vacas gordas. Total, que cuando los aficionados ya han degustado el primer plato de un nuevo atracón futbolÃstico, por si no fueran inquietantes la dispersión de los horarios de los encuentros y la pretensión (otro conflicto) de cobrar a las cadenas radiofónicas para ofrecer sus programaciones en directo, la incertidumbre del paro de los jugadores profesionales caracterizará la segunda quincena del agosto más convulso de los últimos tiempos. Otro debate. A ver en qué acaba.