NANA GARCÍA | SANTA CRUZ DE TENERIFE
Surgió hace casi dos siglos con el nombre de El Bufadero, pero las reuniones vespertinas que los agricultores y pescadores de la zona mantenían en “la tasca de Doña María Jiménez” una vez acabada la faena acabó por dar nombre a uno de los barrios más carismáticos del distrito de Anaga. Lo que fue a principios del siglo XX la finca de plataneras de Los Palazones se ha convertido ahora en un núcleo poblacional quebrado en dos partes, los oriundos o habitantes primigenios de la zona y los cientos de nuevos vecinos que llegaron con la especulación urbanística de los años 90 del siglo pasado.
Ubicada entre Valleseco (cantera La Jurada) y Cueva Bermeja (Valle de Jagua), la extensión total de María Jiménez, unos 11,3514 km2, está integrada por como Valle Grande, Valle Crispín y Valle Brosque, tres zonas rurales cuyos habitantes, unas 90 familias, sufrieron en gran medida las inclemencias de las lluvias de primeros de febrero de 2010.
Caracterizado por una fuerte demanda social, María Jiménez ha pasado de ser un pueblo marinero -como muchos otros barrios colindantes- a un núcleo afectado por la cercanía del puerto. La creación de industrias portuarias en sus aledaños fue un factor determinante para el crecimiento del barrio en la década de los 70, fruto de un proceso migratorio que se produjo “del campo a la playa” (Ajitio) en busca de mejores oportunidades laborales.
Tal y como relatan sus vecinos, por aquel entonces comenzaron los asentamientos de la parte baja como es el caso de Barrio Nuevo, hoy conocido como La Portada; o La Quebrada, zona que se pobló con familias procedentes de otras islas como La Gomera y El Hierro; mientas que los “nativos” -que se trasladaron de los valles a la costa- hicieron sus edificaciones en las inmediaciones de la calle San Juan y La Cantera. Debido al establecimiento de viviendas en las laderas de las montañas que rodean el Barranco del Bufadero, una de las imágenes más características de este barrio son las escaleras que dan acceso los vecinos. Existen alrededor de 400 escalones en la zona de Barrio Nuevo, donde la vecindad demanda mejores vías para que pueda acceder a sus calles “una camilla, el butano o el carro de la compra”.
Como muchos otros barrios de Anaga, el origen de María Jiménez, concretamente su denominación primigenia, El Bufadero, ser remonta a épocas prehispánicas, y sus habitantes han estado históricamente “acostumbrados” a vivir sin agua, sin luz, sin teléfono y teniendo que sortear “los barrancos de bote en bote” debido a la ausencia de carreteras. El progreso, como la construcción de las vías de penetración o el agua potable en la zona rural, llegó en la década de los años 80 del siglo pasado, siendo alcalde de Santa Cruz Manuel Hermoso Rojas.
Independientemente de que en la actualidad María Jiménez cuenta con unas infraestructuras que han mejorado considerablemente la calidad de vida y la seguridad de sus vecinos, la demanda de más dotaciones y equipamientos públicos es una de sus grandes reivindicaciones. Asimismo, cabe destacar que la zona alta de los valles aún requiere obras de saneamiento.
Hace casi 20 años que comenzó el crecimiento urbanístico de este núcleo capitalino, en el que la autoconstrucción de viviendas familiares fue siempre la “norma” de asentamiento poblacional. La aprobación del Plan General de Ordenación del 1992 abrió la puerta a un número considerable de nuevos vecinos, algunos de los cuales se incorporaron a la vida de este barrio, mientras que otros “lo usan como una ciudad dormitorio”. Sus propios habitantes comentan que “María Jiménez se compone de dos pueblos: los oriundos y los que se incorporan”. A pesar de esta división, sus representantes vecinales abogan por “la unión y la convivencia” que siempre ha reinado entre las familias que han habitado este barrio, un enclave que ha sabido luchar por defender sus derechos e intereses a través del diálogo y la negociación.
[apunte] “He vivido enamorado de la madera”
N. G. | Santa Cruz de Tenerife
En su juventud le gustaba pasearse por las calles con un cepillo en la mano, un lápiz de tres cuartos en la oreja y un metro en el bolsillo. Santiago Déniz (Santa Cruz de Tenerife, 1943), carpintero, es uno de los vecinos más singulares del barrio de María Jiménez, cuya vocación de voluntariado social le ha llevado a luchar durante años por el bienestar de sus vecinos.
Nació en el Valle del Brosque en el seno de una familia ganadera y agrícola, sin embargo, una temprana úlcera duodenal lo apartó de la tierra para ponerlo en contacto con el oficio de la carpintería. “Mi padre era carpintero aficionado y me fue enseñando un poco, porque yo vivía y he vivido enamorado siempre de la madera”.
El taller del maestro Fernando García fue a principios de los años 60 su primer lugar de trabajo, pero la suerte llamó a su puerta: “había tocado una quiniela de 14 entre los que jugábamos”. Fue este el punto de arranque de la nueva vida de Santiago Déniz, quien compró una parcela en María Jiménez y construyó, “con 19 años”, con sus propias manos su casa y su propio taller (en 1972). Tras casarse en 1966 con “la mejor compañera del mundo”, comenzó a hacer obras en destacados locales de ocio y restauración de la capital: los mostradores, estanterías y decoraciones de el Bar Stop o el Platillo Volante son firma de Santiago Déniz.
A pesar de que posee conocimientos del arte antiguo de trabajar la madera, no se considera “un gran artesano”. “Soy más amigo de las máquinas que del banco y siempre he vivido muy a gusto en mi profesión”, admite.
Este carpintero, que tiene a sus espaldas más de 40 años de profesión, recuerda con nostalgia cómo ciertos oficios llamaban la atención de muchos niños y jóvenes hace algunas décadas, mientras que en la actualidad ni siquiera “las políticas de la pequeña y mediana empresa” están encaminadas a “formar alumnos” para que “sepan manejar las herramientas antes que especializarse”.
Aparte de su labor como carpintero, Santiago Déniz destaca por haber sido durante décadas un activo defensor de las necesidades del barrio de María Jiménez, no en vano es desde hace años su representante vecinal (el cuarto presidente desde 1964). “La vivencia más amarga de mi vida fue la riada del 31 de marzo de 2002, pero lo hemos superado por suerte”, afirma. Echando una vista atrás, se considera a sí mismo “un poco caprichoso” porque siempre ha adorado “el mundo social, no la política activa”, razón por la que ha rechazado muchas veces formar parte del gobierno municipal.
Aunque dice que le debe la vida a su profesión, Santiago Déniz cree que ya es hora de echar el cerrojo a su taller para dedicarse “al fútbol y al mundo del voluntariado”.
Mañana miércoles:
El Megáfono II. María Jiménez, cuna del fútbol aficionado