El gesto pasó casi inadvertido. El viernes, en Madrid, el Papa se acerca a una pequeña silla de ruedas. Allí le espera Pablo, que es casi Pablito por edad y podría ser don Pablo por experiencias vividas. Y por sufrimiento acumulado. Pablo espera al Papa desde hace años para hacerle una pregunta, a veces en esa silla-cárcel, casi siempre en la cama. Un cáncer traidor le hace las veces de juguete, pero hoy le han dado un permiso especial para abandonar el hospital.
La organización de la visita de Benedicto XVI a la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ) le ha arañado un minuto a la agenda del Santo Padre. Un tiempo sólo para Pablo.
Nadie consigue que el pequeño desvele su pregunta, que guarda como un tesoro y lleva escrita en una carta por si se pone nervioso y para que el Papa no se olvide de contestarle. A nadie le permite franquear el muro de su silencio.
Pablo no sonríe nunca a la cámara, ni cuando contesta. Está a lo que está. Finalmente, su mirada y la del Pontífice se encuentran. Y dos mundos se encuentran en esa mirada. Dos adultos cara a cara. Uno rebosante de quimio y de incógnitas que le queman más que ese veneno sanador. El otro, pleno de arrugas y con sus preguntas también, pero con el encargo de ser pastor. Dos mundos se abrazan brevemente y acuerdan seguir hablando en otro momento.
Ahora sí. Pablo ya habla, aunque sigue sin sonreír. Y confiesa lo que le duele más aún que su cáncer traidor. “Quiero saber cómo es posible que si Dios es tan bueno permita cosas tan malas a personas inocentes”. Y dice más. “Si no me contesta me llevaría una gran decepción, porque llevo mucho tiempo preocupado con resolver esta duda”, concluye.
Hasta aquí la historia. Absolutamente real. La historia del niño Pablo, que ha resumido en su gesto de adulto la más honda duda de la humanidad: ¿dónde estás, Dios? ¿Dónde estabas cuando morían los niños, o asesinaban a los hombres, o el terremoto sepultaba ciudades? ¿De verdad te interesamos? ¿En serio estás aquí?
Ni una sola de las 700 catequesis de la JMJ impartidas por obispos e intelectuales tiene la hondura de Pablo. Sé que el Papa le contestará. O mandará que le contesten. Y sé que Pablo necesitará mucho tiempo para asimilar la respuesta.
No es la primera vez que a Benedicto le preguntan por el injusto dolor de los inocentes. El mundo entero le cuestionó sobre el tema en 2006, en su visita al campo nazi de exterminio de Auschwitz.
“Las palabras no sirven aquí. Al final, sólo puede haber un terrible silencio, un silencio que es un llanto del corazón a Dios”, dijo entonces. Reconoció que dentro del misterio de la libertad humana sólo cabía “pedirle humilde e insistentemente que se levante y no se olvide de la humanidad, su criatura”.
A Pablo no le gustará la respuesta. A nadie le gustará. Pero es cierto que sólo nos queda confiar, tomar en serio nuestra fe, buscar el rostro de Dios y aceptar las contradicciones terribles de esta aventura que significa ser hombre. Ahora que el Papa se va de España, la pregunta de Pablo y la invitación del Papa a la confianza en Dios me parecen el mejor resumen de lo que han sido estos días inolvidables en Madrid.
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