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El eterno aprendiz

   

Madrid desde Torres Blancas, obra realizada por Antonio López entre 1976 y 1982 y presente en la retrospectiva madrileña. | DA

JUAN CABRERA | MADRID

Sorprende el bullicio, más propio de un aeropuerto en hora punta que de un museo, que inunda las salas que acogen las obras Antonio López en el Thyssen-Bornemisza de Madrid. Sin embargo, uno tarda poco en quedar cautivado por la mirada demorada y limpia, pero también inacabada del artista. Y es que la gracia de esta retrospectiva es que nos da la oportunidad de entrar en el taller del esquivo y monacal Antonio López.

No estamos ante la obra acabada de un artista que ya lo ha dicho todo. Estamos ante eso tan posmoderno y cibernético del work-in-progress. En el Thyssen, uno tiene la impresión de zambullirse en ese espacio íntimo de trabajo y se imagina a López fijando los pies en el suelo y alzando la mirada ante el horizonte, trazando líneas imaginarias con las que parcelar la vista.

Siempre pensé que en El sol del membrillo, la película en la que Víctor Erice inmortalizó el trabajo concienzudo de Antonio López, la posibilidad de que el cuadro quedara inacabado por el empeño frustrado de reflejar la luz de otoño sobre la fruta madura era exigencia del guión. Sin embargo, contemplando ahora los cuadros, uno se da cuenta de que esa exigencia venía del pintor. En los últimos 30 años, este hombre ha empezado cientos de obras que hoy yacen en su estudio, porque empezar no cuesta, es después cuando vienen los problemas, al “entrar en un laberinto complicadísimo”. Su pintura es eternamente tentativa. Sus lienzos (por lo menos los de las tres últimas décadas) son un ensayo de una obra que no acaba de llegar.

La vista de Vallecas desde la torre de bomberos, un lienzo que el pintor fue ampliando sobre la marcha y que tardó nueve años en culminar, viene precedida de ensayos, de la línea del horizonte, del cielo, del enjambre de edificios que se acumulan en la parte central… López es un artista de la luz. Busca esos rayos mañaneros de primeros de julio sobre las fachadas de la Gran Vía, los del sol de otoño sobre el membrillo cinematográfico, o la canícula en su vista del sur de Madrid desde la torre de bomberos de Vallecas. Es justo esa luz esquiva y fugaz la que hace que su obra sea una aventura de siempre dudoso resultado.

Aunque se puede decir que es el pintor de Madrid, la pintura de Antonio López va más allá del costumbrismo. Los paisajes abigarrados, pero sordos y desiertos, recuerdan a Hooper. Los habitantes expulsados de esa ciudad, que tantas veces transitamos. Uno no puede dejar de buscarse en ese lugar achantado por la perspectiva. Como también se busca al contemplar esa nevera que, en sus cajones, guarda la margarina de la infancia.

[apunte] Una oportunidad única

La antológica de Antonio López que se exhibe en el Museo Thyssen de Madrid es una oportunidad única por lo poco que se prodiga el pintor manchego. Su última gran exposición en España data de 1993. En esta ocasión se han reunido 130 piezas, entre óleos, dibujos, esculturas y tallas, que son un reflejo de la visión del artista sobre la ciudad, los objetos cotidianos o la figura humana. Y aquí también se muestra, por ejemplo, al López previo a esa etapa de paisajes urbanos que le ha convertido en un artista cotizadísimo. Al contrario que en su madurez, donde casi todo queda inacabado, los cuadros del pintor veinteañero tienen principio y fin. La exposición, que se puede visitar hasta el 25 de septiembre, está abierta todos los días de la semana, salvo los lunes, en horario de 10.00 a 23.00 horas, excepto el domingo, que cierra a las 19.00 horas. Para más información se puede visitar la página www.museothyssen.org.[/apunte]