Leonoardo Sciascia (Racalmuto, Sicilia, 1921, Palermo, 1989) dice en el prólogo de su libro Muerte del inquisidor, editado por Tusquets en su Colección Andanzas, que este texto es el que más apreciaba, el único que releía y sobre el que se devanó los sesos hasta el último de sus días. Siempre tuvo la tentación de volverlo a escribir, pero nunca encontró nuevos datos que aportar a esta historia protagonizada por el fraile Diego La Matina, quien tras asesinar al inquisidor del Reino de Sicilia, Juan López de Cisneros, acabó muriendo a manos del Santo Oficio, tras una vida de sucesivos encarcelamientos y castigos cada vez más severos. Sciascia realiza una investigación muy minuciosa para tratar de esclarecer cuál fue el pecado cometido por el fraile Diego la Matina, que le llevó por primera vez a enfrentarse con los inquisidores, y explicar este proceso que le hizo pasar de un estado de exasperación al de locura y cometer el asesinato de Cisneros, su padre dentro de la jerarquía eclesiástica. El planteamiento de Sciascia pasa porque “era un hombre avanzado a su tiempo, con una visión poco ortodoxa del Evangelio”, víctima de la represión del Santo Oficio que “logra hacer de un hombre religioso un hombre absolutamente irreligioso, radicalmente ateo”.
El escritor siciliano llega a profundizar en montañas de documentos sobre la Inquisición en su isla natal, incluso documentos que refieren a lo que denominó “palimpsestos de la cárcel”, es decir, dibujos y escritos que durante casi dos siglos los prisioneros del Santo Oficio habían dejado en los muros de las celdas y que constituyen el más vivo y directo testimonio del drama que supuso para los pueblos que sufrieron la Inquisición.
Frases como “alegraos, prisioneros, porque cuando llueve estáis a cobijo”, otras referidas a las torturas “siempre callé” y luego otro sobre a la visión cristiana de la vida “poco padecer, eterno disfrutar, poco disfrutar, eterno padecer”.
En palabras de Américo Castro, otro de los autores consultados por Sciascia, “la Inquisición fue una larga calamidad, hizo aún más miserable la curiosidad intelectual de los españoles, pero no logró ahogar ningún pensamiento que hubiera surgido de los más profundo de la vida de aquel pueblo”.
Y son, precisamente, estos pensamientos lo que motivan al escritor siciliano a indagar en la historia de Fray Diego para aportar luz sobre un proceso inquisitorial en el que se dejan entrever razones y los sufrimientos para cometer el crimen de Cisneros “los prolongados ayunos, las saludables penitencias, las dolorosas torturas, los grilletes, las esposas, las cadenas, suficientes para enternecer el hierro, no lograron doblar el ánimo de este rebelde”. Sin embargo, todavía permanece el misterio del primer pecado de aquel que fue condenado a morir quemado y a esparcir sus cenizas al viento.
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