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LA MIRILLA > POR ROMÁN DELGADO

El ojo o la llaga

   

Lo de Mou del otro día me tiene reflexionando hora tras hora acerca del uso del lenguaje y la oportunidad, o quizás la maldad, de decir tal cosa o tal otra. Al fin he llegado a una conclusión que me complace compartir con todos ustedes, a saber: lo del dedo de Mou en ojo ajeno, el dedo del Camp Nou, fue, más que uña y yema que invade (por la espalda) la esfera ocular de Tito, dedo bien metido en la llaga; sí, en la llaga, o en la llama que luego, al instante, se avivó con todas sus verdades, mentiras y estupideces, siempre servidas a modo de variada menestra.

Mou sabía (que el chico de tonto no tiene un pelo) que el dedo en el ojo se convertiría en dedo en la llaga, que cámaras había en ese estadio de fútbol para esto y para mucho más, cada una con su vocero singular detrás, que de todo hay (y pocos momentos son mejores que el actual para decirlo) en la viña del señor.

Mou ahora tiene una llaga viva, dolorosa, y lo sabe, y quizás tema, o no, que la solución a esa herida no se cure con un simple enjuague de mercurio, sino que ya sólo ofrezca arreglo a través de operación casi de quirófano. Y es que hay dedos metidos en el ojo con los que casi nunca se consigue la ceguera, y menos cuando los que miran son ocho millones de almas entregadas a la erupción del fútbol.

A Mou, al que también se conoce como José Mourinho (claro, el mismo, sí, el entrenador del Real Madrid…), en mi pintoresco barrio, con montaña de piroclastos y herida de hombre en su cara sur, tan sólo por el famoso y cinematográfico dedo en el ojo, tan sólo por eso, ya le hubieran dado pasaporte hacia el exilio, con apodo de Err Listo bordado en el frontal de su camisa tipo polo. En mi barrio, el de la montaña que es volcán sin fuego, Mou no hubiera durado un asalto sin ser recriminado, sin ser puesto en otro lugar de la plaza, en otro banco, quizá en el de los malditos, o mejor, en el de los listos. Este Mou, que se las da de el mejor, en mi barrio ya hoy sólo sería Err Listo y, casi con toda seguridad, el piberío ya hubiera encontrado para él acomodo exclusivo en el lecho del barranco.

Como les he dicho, hay dedos que dirigidos al ojo al final terminan hurgando en la llaga, y ya se sabe que, si ésta se remueve, lo que termina excitado es parte del gallinero (los que ven de una manera, no todos): los mirones que con toda la certeza sólo vieron ojo donde otros observaron llaga y donde muchos otros, entre ellos mi Pichi e incluso yo, sólo vimos la nada: ni el partido mismo. Pero como obliga una de las plagas mejor extendidas en esta tierra: ¿quién me niega a mí el derecho a opinar sobre si es ojo o llaga? Ni mi Pichi, con todo lo que la quiero. Mou, diste en la llaga, y por eso en mi barrio ya te estarían llamando Err Listo. Con razón.