Un hombre de 29 años se suicidó el pasado sábado en Xátiva mediante la modalidad de plantarse ebrio ante un toro bravo de media tonelada y astas como gumias. Sin embargo, al animal, de nombre Ratón, le llaman asesino. Es más; le contratan mucho en los aquelarres taurinos de Levante precisamente por eso, porque la gente cree que es un asesino, circunstancia que, al parecer, pone muchÃsimo y suscita gran divertimento y emoción.
Si por un toro normal, de esos cuyos propietarios placean hasta la extenuación, se pagan 1.000 euros a la hora, por Ratón se sube hasta los 6.000, pero es que éste desventurado bóvido garantiza, como si dijéramos, la sangre con que se riega la fiesta.
A Ratón, cuando era un ternero de mirada dulce y testuz rizada, unos gamberros que irrumpieron una noche en la dehesa le encerraron en un cuarto oscuro, en un apartadero, no sé si después de someterle a otras sevicias. Cuando el dueño le liberó, creyó que se morÃa: temblaba sin remedio y no alcanzaba a sostenerse sobre las patas.
El recuerdo de aquel traumático episodio explicarÃa, según el ganadero, las ganas de matar ciudadanos que ha ido desarrollando Ratón a lo largo de su dilatada y exitosa carrera profesional, en la que la criatura, innecesario es decirlo, no ha visto un duro. Sà ha visto, en cambio, miles de seres humanos a tiro de sus cuernos, y cientos ensangrentados por haberse acercado desatentadamente a ellos. Como quiera que Ratón lleva en su haber dos muertos y unos setecientos heridos, los ayuntamientos, rendidos siempre al bienestar y a la elevación moral de sus vecinos, se lo rifan para los zugarramurdis de las fiestas patronales. Si España fuera un paÃs civilizado, o si tuviera, cuando menos, vocación de serlo alguna vez, alguien, alguna autoridad, alguna instancia, rescatarÃa Ratón de sus vÃctimas, que lo son porque les da la gana. Ese pobre animal explotado, condenado a arrear cornadas a los mozos irredentos, merecerÃa un retiro digno en las horas lentas del campo, al amor de las vacas de expresión indescifrable.
Acaso entonces olvidarÃa para siempre lo que un toro no tiene necesidad ninguna de recordar: un supuesto trauma infantil. Y los suicidas tendrÃan que buscarse otra manera.