X
SOBRE EL VOLCÁN > POR RANDOLP REVOREDO CHOCANO

Ellos

   

Sin que tenga la menor intención de reclamar originalidad sobre este asunto, hay una cuestión sobre la cual parece que no hay fácil respuesta: entre otras especies que pueblan cualquier sociedad humana están los depredadores y las hormigas. Las hormigas afirman que los depredadores son oportunistas, explotan oportunidades y después de un gran jugada dejan tras de sí poca cosa más que restos humeantes y cenizas (y si son suficientemente hábiles, consiguen tapar los restos ruinosos de su anterior acto con otro gran acto de explotación destructiva. Una y otra vez. Por sistema).

¿Cumplen los depredadores alguna función social o son subproductos inevitables y despreciables de una sociedad llena de muchas clases de hormigas en la que cada una cumple su función y tiene un encaje específico?

Las hormigas dicen que son claramente beneficiosas para la sociedad. Construyen poco a poco y aportan el beneficio de la perseverancia en todo lo que hacen. Pero ¿qué aportan los depredadores? Han convivido con el resto de las especies que habitan el ecosistema humano desde que hay ecosistema humano, y parece que no hay visos de que desaparezcan.
Muchas veces le roban el trabajo a las hormigas y lo presentan como propio. En la mayoría de los casos tal asunto termina como tiene que terminar, en fracaso (del depredador); aunque hay veces que no (son contadas, dicen ellas). Normalmente el depredador no suele tener palabra, desconoce el sentido de la honradez intelectual y le gusta la estrategia de la langosta (no dejar nada tras su retirada).

Para pensar en los aspectos positivos de la especie depredadora, se podría decir que suelen presentarse como personas con iniciativa, cierto sentido de la emprendeduría y capacidad para la venta (de ideas). Pero al mismo tiempo si se quiere pensar que en el ecosistema humano hay cierta persistencia histórica de esquemas meritocráticos, indistintamente de la geografía y momento histórico (o sea, que las ideas, productos o proyectos buenos, con contenido y pacientemente construidos -y participados- tienden a prevalecer sobre los productos, ideas o proyectos vacíos), entonces, que el depredador tenga virtudes personales no ayuda en nada a resolver el dilema de por qué no se extingue una especie tan nefasta (para las hormigas).

Puede decirse que los depredadores permiten apurar procesos que las hormigas son incapaces de acelerar, o que ayudan a explorar los rumbos que después las hormigas pacientemente deciden recorrer. Que proporcionan dirección al trabajo de las hormigas. Incluso sentido. También puede servir para indicar a las demás especies mediante recordatorios constantes y de los más variados de cuál es el camino y la forma en que “no” se deben hacer las cosas.

Podría ser, pero matizando. El depredador solo es consciente de que tiene una oportunidad enfrente para beneficiarse; calcula, juega al póker con sus interlocutores, tantea el terreno y si éste es propicio se abalanza. Él, de forma consciente, no quiere acelerar nada ni dar sentido a nada, quiere apropiarse de algo y obtener beneficios tangibles a corto y también si es posible a largo.

Lo que sucede es que la acción egoísta del depredador genera en las hormigas (sin haberlo planificado nadie) una aceleración de procesos, trabajo y renovación/revisión de objetivos hormiguistas como respuesta competitiva; un baño de agua fría que las hormigas necesitan de cuando en cuando (aunque ellas lo nieguen).

Las hormigas dicen que ellas son obviamente positivas para el ecosistema humano, pero eso no es óbice para idealizarlas. Porque por ejemplo no les gustan los cambios de ritmo, tienden a perder la flexibilidad de patas y mente con el tiempo y además creen que los depredadores son despreciables.

Un conocido depredador, presente en el entorno en el que se desenvuelve un amigo, lo que ha conseguido es que se desate un proceso (que demoraría años en producirse) en solo meses: la unión de pequeños proyectos que antes estaban dispersos en uno potente, ha conseguido poner en marcha ideas muy buenas en torno a nuevos objetivos generados como consecuencias de las sinergias de esa unión.

Otra función social del depredador es la de -también sin querer- arrojar luces sobre nuevas direcciones, poner a prueba caminos que se creían válidos (que las hormigas creían válido) y hacer visibles las imperfecciones del sistema. Contra lo que se cree los depredadores no son responsables de las burbujas especulativas -inmobiliarias, tecnológicas o del tulipán-, son actores esenciales en conseguir la corrección de un error grave cometido por las hormigas: las hacen estallar. Las hormigas crean las burbujas, los depredadores las revientan. Evidentemente un elemento positivo.

También sería un error pensar que los depredadores son “malos” y las hormigas las “buenas”. Un estereotipo. Hay hormigas buenas y hormigas malas. Aunque, según las hormigas, y está por demostrar, es posible plantear la posible existencia de depredadores buenos (también habría que pensar si hay “hormigas depredadoras”, pero esto complica el asunto).

Podría conjeturarse que, por ejemplo, un depredador “bueno” es aquel que es consciente de la función social que cumple y el “malo” uno que vive la vida loca. “Asunto harto complejo”, las hormigas pueden ironizar; basta imaginarse a alguien pensando “de acuerdo, soy un depredador; por tanto, qué debo hacer mejor para ayudar a producir cerebros, no ladrillos o ponerle las pilas a mis rivales y hacer que progresen”.
Estas hormigas son listas.