El PSOE está perdiendo por tierra, mar y aire. Y una demostración de su pérdida de poder es la visita del Papa a Madrid envuelto en una nube de peregrinos en el más formidable acto de propaganda católica de los últimos años.
El PSOE está tan desnortado que a mediodía aplaudía a la Policía Nacional en voz de José Blanco, como portavoz del Gobierno, y al atardecer el equipo de Rubalcaba criticaba la brutalidad policial.
Ramón Jáuregui suplicando al Papa por la reutilización del Valle de los Caídos y la mediación de la Iglesia en el final de ETA resultaba patético. ¿Dónde ha quedado el laicismo del Gobierno, su Ley de Memoria Histórica y el apadrinamiento de una cultura sexual abierta frente a la rendición ante el Papa de Roma?
Este Zapatero, o lo que queda de él, ya no sabe por dónde caminar y pisa todos los charcos de la calle. Hostigar o claudicar es su alternativa.
Hubo un tiempo en que las tensiones propiciadas por Rouco Varela eran bien recibidas por José Blanco porque esa dialéctica fortalecía la idea de que el PSOE era la última trinchera contra la llegada del PP.
Ahora que el PP está en camino, al PSOE ni siquiera le salen las cuentas de una estrategia porque ya ha tirado la toalla.
Me da pena Rubalcaba porque no sabe si quitar las diputaciones o reconvertirlas. No sabe si estirar el ladrillo con rebaja del IVA y no sabe que hará Elena Salgado los domingos por la tarde. Este final de ciclo va a ser patético para el socialismo español. Se cumple la maldición de que toda regeneración se tiene que hacer desde la catástrofe.
Y Zapatero por un lado, y Rubalcaba por otro, están empeñados en consumar el vía crucis.
Muy gráfica la enorme cruz por el Paseo de la Castellana como preludio del calvario socialista. La Iglesia católica ha ganado la partida y ha tomado otra vez Madrid.
El PP puede preparar su desfile de la victoria. Y algunos policías se han quitado el gusanillo aporreando transeúntes en las protestas antipapa. Todo muy de final de ciclo. O en términos religiosos, de Apocalipsis.