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NOMBRE Y APELLIDO > POR LUIS ORTEGA

Fray Alexis González

   

Candelaria, imagen, basílica y pueblo tuvieron fortuna con los priores que dirigieron la comunidad de los padres dominicos, custodios seculares de la Patrona y el lugar y que, junto a estas responsabilidades, se ocupan de las misiones parroquiales en el municipio.

Durante muchos años me ocupé, sin ser un practicante ejemplar, de transmitir los actos centrales de las celebraciones de agosto, una popular romería con grupos de las siete Islas y asociaciones modestas que vivían sus horas de gloria en esta ocasión, y de la función de pontifical del 15 de agosto, oficiada por el obispo de la Diócesis Nivariense y con la presencia del delegado regio, representación que recae cada año en las primeras autoridades de la Comunidad Autónoma.

En los últimos años, las disputas por la transmisión enfrentaron a las dos televisiones públicas y, en este arruinado y pesaroso 2011, el acto se tuvo que cubrir por un mínimo de decoro, coherencia con las obligaciones institucionales de un ente que se paga con el dinero de los contribuyentes. En los días previos, y por las razones económicas que, aquí y fuera de aquí, empiezan y casi siempre acaban con el chocolate del loro.

Por un astuto y oportuno golpe de timón, las cosas se recondujeron y Nuestra Señora de Candelaria no vio recortado el trato que, en actos populares y liturgias, merece su patronazgo. Todo este proemio viene a cuento de un acertado artículo del rector de la Basílica, fray Alexis González de León, publicado en estas mismas páginas, donde analiza la crueldad interminable de una crisis que afecta a los más desfavorecidos y evidencia, desde la ira que genera la injusticia, lo secular y lo religioso.Y recomienda, con el radical sentido común que caracterizó al carpintero de Nazareth, el viejo y vigente valor de la caridad. “Un ramo de flores embellece, pero un kilo de arroz o lentejas puede dar dignidad a nuestra promesa y donación, y puede ayudar a paliar las necesidades de las familias canarias que lo están pasando mal. Éste sería un gran milagro”. Pide también en su alegato la mediación mediana para la transformación de nuestra capacidad de convivir desde el respeto mutuo y los derechos de todos, cuando las necesidades acuciantes y las demagogias que las instrumentalizan buscan enemigos en el prójimo más próximo, castigado por los mismos problemas que afectan al impaciente y al iracundo. Una oración de absoluta necesidad que, tal vez, se eclipsó por la fe multitudinaria y los actos que la respaldan y una petición de milagro que tiene tanto que ver con la generosidad materna como con nuestra mera conciencia social.