CRISTINA DELGADO | Garachico
La que fuera primera capital de Tenerife se engalanó ayer, como cada 16 de agosto, para honrar en romería a su patrón, San Roque. Una fiesta tradicional declarada de interés turístico nacional cuyo origen se remonta al siglo XVII y fue motivada por una epidemia. “Por el puerto de Garachico entró mucha prosperidad para el municipio, pero también entraron enfermedades”, según la guía local Sonia Francisco. Fue precisamente por una epidemia de peste que en 1606 trajeron al pueblo la talla anónima del santo abogado de enfermedades contagiosas. Desde entonces, los garachiquenses agradecen a San Roque su protección con ofrendas.
En la romería de este año, un joven ganadero local, de nombre Arejo, protagonizó una de las anécdotas más simpáticas al obsequiar al santo patrón en ofrenda unos huevos verdes y azules de las gallinas que cría en Tierra del Trigo, huevos de colores y bajos en colesterol.
El día grande de San Roquito, que congregó, según la Policía local, a cerca de 15.000 personas, comenzó por la mañana con la misa de los Peregrinos, predicada por el reverendo Rubén Fagundo, en la plaza de San Roque. Tras la marcha en procesión de la imagen hasta la iglesia matriz de Santa Ana, se celebró la eucaristía con prédica del párroco Pedro Bermúdez.
A continuación, la talla de San Roque se acercó hasta el muelle para que bendijera los barcos, ya que, desde hace varios años, no se celebra la romería marítima. Si se inaugura el nuevo puerto deportivo-pesquero antes del 16 de agosto del año que viene”, se tiene intención de rescatar la tradición de la ruta de San Roque por mar, anunció el alcalde de la Villa, José Heriberto González, que no quiso perderse su primera romería de San Roque como máximo representante de la Villa y Puerto.
La plaza Ramón Arocha fue el punto de encuentro entre San Roque y las 28 carretas, 15 carros pequeños, seis grupos folclóricos y muchas parrandas que se congregaron en torno al eje central de la romería. Desde allí, se siguió el recorrido de costumbre hasta llegar a la ermita de San Roque, donde se lanzaron los típicos ajijides, los gritos y vítores de los romeros en honor a su patrón y como forma de invocar su protección ya centenaria.