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AL MARGEN > POR RAFAEL TORRES

Inglaterra, la pesadilla de la realidad

   

Es muy probable que, como ocurre con todo, no sea una única la causa, sino varias y diversas, las que han generado los actuales disturbios de Inglaterra. Pero reducir esas causas a uno sólo de sus efectos, el vandalismo, sólo podía ocurrírsele a quien, como Cameron, es responsable, como mínimo, de dos de esas causas originales: los recortes sociales (esto es, los recortes del gasto social en beneficio de los bancos) y la malhadada actuación de las fuerzas del orden, que, ciertamente, ni esperaban ni estaban preparadas para una explosión de violencia semejante.

Una tan heteróclita amalgama social, cultural, étnica y económica como la que compone Inglaterra sólo podía mantenerse en el llamado Estado del bienestar, ese que palía con sus beneficencias los estragos de sus injusticias. Es verdad que los saqueadores de Londres, de Liverpool o de Manchester no han desvalijado las tiendas de alimentación, ni las panaderías, sino las de productos caros, cual ordenadores, equipos de música o zapatillas deportivas de marca, pero no lo es menos que el narcótico del Estado del bienestar radica, para los carenciados, en la quimera de la posesión de lo suntuoso y de lo irrelevante.

Con los recortes (extinción de los préstamos para el consumo, cierre de centros sociales, triplicación del coste de las tasas universitarias, cancelación de ayudas para vivienda…), ese sueño consumista en el que el sistema mecía a los ingleses de segunda se ha desvanecido, y en su lugar ha emergido en sus barrios y en sus calles, dura e insoslayable, la pesadilla de la realidad.

El origen o el color de la piel tienen, pues, una importancia secundaria, si bien, desde luego, hay en Gran Bretaña más negros pobres que blancos pobres. En los disturbios de violencia inusitada, algunos de cuyos efectos remiten a los raids de la Luftwaffe sobre las ciudades inglesas en la II Guerra Mundial (¡manzanas enteras destruidas!), adolescentes blancos y negros compiten, en entrañable camaradería, en la destrucción del atrezzo que les ha revelado su verdadera naturaleza de cartón. Pero ese vandalismo, míster Cameron, es sólo un efecto de lo que usted sabe. Y ellos también.