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La calle como reina de la noche

   

Durante los fines de semana la policía recorre las calles más concurridas de la noche lagunera. | FRAN PALLERO

INDRA KISHINCHAND | SANTA CRUZ DE TENERIFE

Es viernes y el ruido de los tacones anuncia que es noche de fiesta. En el tranvía se mezclan ambientes que nada tienen que ver, aunque todos se dirigen a un mismo lugar, La Laguna. Algunos jóvenes buscan algo, no parecen saber muy bien qué. Otros, sin embargo, encuentran cualquier excusa para ahogarse en un vaso de ron, como si no existiera el día de mañana.

Pero en verano todo es diferente. Los jóvenes, y no tan jóvenes, se encuentran con una ciudad casi fantasma durante las primeras horas de la noche. Muchos de ellos, a pesar de su corta edad, aseguran que La Laguna ha perdido parte de su encanto, mientras que ciertos individuos se resisten a dejar de lado un lugar tan emblemático.

Hasta las dos de la mañana el cuadrilátero no es más que un vaivén de personas que vaga sin rumbo fijo. A partir de entonces, la diversión se centra, en la mayoría de los casos, en asentarse por fuera de los bares. La calle se convierte en la nueva parada. Mientras que esta empieza a ver cómo aumentan sus visitantes, el interior de los bares sufre la indecisión de quienes no desean quedarse más de cinco minutos. Y así durante toda la noche.

A pesar de la fuerte presencia policial, la juventud no tiene problema para beber en la calle. No es que les hayan perdido el respeto -que también- según con qué clase de jóvenes se trate, es que las fuerzas de seguridad se instalan en una esquina y se dedican a contemplar el espectáculo. Su imagen entre los más asiduos de La Laguna se ha deteriorado en los últimos años. Durante toda la noche son muchos los coches de policía que se pasean por las calles más concurridas, pero no realizan ni una parada. Simplemente pasean mientras muchos se preguntan cuál es su intención. Todos en la noche lagunera se han acostumbrado a sus ya esperadas visitas. Eso hace que nadie se preocupe.

Los dueños de los locales 24 horas sí que se muestran más inquietos ante la presencia de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado. Saben que los jóvenes suelen ir a comprar alcohol para hacer botellón más allá de la hora que les está permitdo vender y, a pesar de que a algunos les niegan las provisiones, otros tiene más suerte.

Son las dos de la mañana y un chico intenta salir de una de uno de estos locales. En su mano hay una botella de alcohol imposible de esconder. Trata de salir de la tienda, pero entonces alguien se lo mpide. Quien mismo le acaba de suministrar el botellón le alerta que hay un coche de policía recorriendo el tramo que se encuentra justo enfrente de ellos. El miedo lo paraliza durante un momento, pero, al observar la huída de la patrulla, su rostro parece relajarse. Su cliente sale riendo, tal y como lo había estado haciendo durante todo la escena, y continúa la fiesta.

Ya a las tres y media se produce el cierre de todos los garitos, con la consiguiente decepción de los más fiesteros. Pero esto ha dejado de ser un impedimento para seguir disfrutando. La acera es ahora, aún más si cabe, la reina de la noche.

Es en este momento cuando la policía da por concluida su labor. Pero con ellos no se van las ganas de pelear. Así lo denuncian algunos habituales de la zona, que critican que los agentes desaparecen en el instante de más necesidad.

La Laguna y constante clima invernal ha terminado por decepcionar a muchos, pero no a todos. Es entonces cuando empieza la vuelta a casa. Aquellos que habían subido a la ciudad con las expectativas bien alta regresan a sus hogares con la esperanza congelada por el hielo de sus copas.