En medio de una fuerte polémica entre la asociación de vecinos de Alcalá, el Obispado y el Ayuntamiento de Guía de Isora sobre la conveniencia o no de su derribo, la foto de la ermita hacia 1900 habla por sí sola. En medio de un paisaje desértico se alzó un signo de la fe cristiana que se practicaba hace un siglo, un sentimiento que unió a un núcleo de pescadores que lucharon hasta tiempos recientes contra la tierra y el mar, para sacar el sustento.
En aquel mundo lejano y marginal del Sur de nuestros bisabuelos, existía una comunidad que proclamaba su identidad marinera, su veneración a la Candelaria, vinculada a la diosa Chaxiraxi de los guanches, a la virgen que había dotado de simbolismo a ese Sur, en su lucha de cuatro siglos contra el medio hostil.
El Sur fue siempre el gran desconocido de los isleños. La aridez de su clima, la mala calidad de su suelo, la fracturación del territorio volcánico -con sus innumerables barrancos y malpaíses-, la escasez de agua y la falta de comunicaciones terrestres hacían que su interés económico fuese menor para las élites tinerfeñas de la época.
Pero la costa sureña, abierta en ciertas épocas a los ataques corsarios, se diferenciaba de las medianías y la montaña. La pesca y el cabotaje insular, que conectaba el Sur con los puertos de La Gomera y Tenerife, le dieron una personalidad distinta. No es una casualidad de que se creasen industrias de salazón en Alcalá en los siglos pasados.
La ermita de la Candelaria, como la parroquia, fue núcleo central de la vida cotidiana de Alcalá, un nexo de unión sentimental entre los vecinos, con sus fiestas y demás actividades religiosas.
Los tiempos han cambiado. En las últimas décadas, la existencia de la autopista, el polígono industrial de Granadilla y el aeropuerto Reina Sofía han transformado vertiginosamente la costa sureña con una economía basada en el turismo, los servicios y la construcción. Hoy el Sur constituye hoy uno de los motores de la economía isleña, un polo turístico internacional.
Pero de la euforia constructiva hemos pasado a la búsqueda desesperada de salidas a la crisis financiera internacional en el Sur de Tenerife, con sus secuelas de falta de inversiones y paro. En este contexto, la defensa de los valores patrimoniales en sentido amplio -no sólo aquellos edificios considerados Bien de Interés Cultural (BIC)- debe estar presente en todas las medidas que se tomen en relación al urbanismo de nuestros pueblos del Sur. Creo que se está a tiempo de estudiar medidas alternativas a la demolición de la ermita, ya sean de carácter religioso o cultural, sin que ello perjudique excesivamente a los intereses económicos del municipio en su conjunto.
Estimo que los vecinos de Alcalá, que han venerado a la Candelaria durante más de un siglo en aquel lugar, se merecen este interés por parte de las instituciones implicadas.
Agustín Guimerá es Historiador del Consejo Superior de Investigaciones Científicas