X
CUADERNOS DE ÁFRICA > POR RAFAEL MUÑOZ ABAD

La insolación del camino

   

Crecer es sinónimo de ir cubriendo etapas en todos los momentos por los que nuestra existencia desfila. Paisajes a los que nos enfrentamos en los más diversos estadios de nuestra existencia. Encrucijadas que con frecuencia presentan un desfase temporal respecto a nuestra edad mundana. Contradicciones, que no son otra cosa sino el conflicto de aquellos deseos que una vez en nosotros osaron asomar, y que con frecuencia y bajo un anacrónico refrito de aquel impulso que una vez debió materializarse, fueron marchitados y silenciados por nuestra miedosa y sensata cabeza. Muchos somos los que tememos en nuestro interior la llamada de lo que se despierte en la trinchera del alma. Imparable anhelo cual tren de mercancías. Miramos para otro lado y nos entretenemos con lo insignificante; pero, cuando la inercia del deseo despierta, el final de la vía del tren se acerca; corriendo el feliz riesgo de mandarlo todo al cuerno para centrarnos en lo que realmente debimos hacer. Los hay que ansían navegar; recorrer en moto carreteras míticas; o los que temen quedar envenenados por el deseo de vagabundear por la dermis de la Madre África. Recuerdo las narraciones sobre el poeta francés Rimbaud. Viajero perdido en los espacios etíopes. Páramos, que todavía a finales del siglo XIX aún eran la Luna para las sociedades geográficas europeas. Rimbaud, hombre de éxito social, pero de fracaso interior, sólo aplacó su desolación con la huida abisinia. El título de su obra cumbre: Una temporada en el infierno y Las iluminaciones, tal vez sea un antes y un después para todos aquellos que sabemos que navegamos a favor de corriente, pero que igualmente sólo miramos hacia la costa de la que nos alejamos. Playa, a la que irremediablemente volvemos cual martirio cuando soñamos en la cama o en el semáforo en rojo. Ajeno a las realidades africanas y sentado en su despacho con un mapamundi, recomienda el sabio Ministerio de Asuntos Exteriores no visitar determinados secarrales. Y yo que me iba a ir de vacaciones a la segura y organizadísima Noruega. Resulta que en La Meca del civismo te puede acribillar a balazos un talibán de Cristo. Cebados en la ridícula burbuja que ofrece la frágil seguridad de nuestro Primer Mundo; donde incluso en vacaciones buscamos destinos similares que nos aseguren nuestras marcas de cabecera al estilo: cruceros para españoles. Un zafio todo incluido donde no falta Sálvame, paella y un populacho de aquí te espero, que mira por encima del hombro al atento camarero marroquí que los atiende. “… Fuimos a Marrakech y pudimos ver el partido del Real Madrid…”, y es que nos empeñamos en facturar nuestra burbuja allí a donde vamos. ¿Miedo?, seguramente será eso. Me incluyo entre los que se empeñan en viajar cargados como un burro; pero a la vez sólo quiero llevarme algo vacío que pueda llenar con los sentidos. Nuestras escapadas son la prolongación del consumismo que nos posee. Agencias de viaje que sin tener contacto con sus gentes, no sea que nos hagan alguna barbaridad, que la gente por ahí es muy ruin, ofrecen vacaciones profilácticas al África segura; o fotos con touaregs que por la mañana son taxistas en El Cairo. Siempre hay una primera vez para todo. Incluso para llevar lo imprescindible, que es uno mismo, presentarse a pelo, y ser uno más. Con la prudencia de ser foráneo, despojarnos de prejuicios y ver cómo bajo la insolación del camino nos tratarán de igual.

*Centro de Estudios Africanos de la ULL cuadernosdeafrica@gmail.com