Existe una enorme diferencia entre la creadora energía de la actitud mental, que espera vencer a pesar de todos los obstáculos, y la negativa posición anímica, que capitula en cuanto le presenta batalla el enemigo. La esperanza de triunfar, aunque se ignore el cómo y cuándo, es un maravilloso estímulo para el esfuerzo, y constituye una fuerza dinámica que, junto a la determinación, resultan valiosos factores en las porfías de la vida. Señala el escritor O.W. Holmes que “no importa tanto el ambiente que os rodea, el punto de donde partísteis ni el trecho del camino que anduvísteis, como la actitud mental con que os proponéis continuar la marcha, y el tumbo que le habéis de dar”.
Una de las causas de remordimiento en multitud de gentes está en no haber alcanzado el objetivo de sus aspiraciones antes de trasponer el promedio de la existencia en este mundo. A algunos les parece incomprensible que en la edad madura se encuentren todavía más lejos de la realización de sus aspiraciones, que en la temprana juventud. Únicamente se adelanta cuando se tiene la firmeza y confianza de que se ha de vencer. Quizás, cada vez que se vacila o se cae en el puro egoísmo y la ruindad de ánimo, se aparta uno del adecuado camino, y se coloca de espaldas al éxito. Por lo general, todos trabajamos ostensiblemente con determinada finalidad, mientras el corazón y la mente actúan posiblemente en sentido contrario, es decir, que no muchos son los que se hallan satisfechos del lugar que ocupan en la vida y en la sociedad.
No es crimen el fracaso ni recriminable la ambición honesta sino la rastrera aspiración. La frustración consistiría en volver a perder la confianza, y rendirse incondicionalmente a discreción de la adversidad. Perder casa, familia y amigos es muy doloroso, pero no puede semejante quebranto calificarse de fracaso cuando proviene de vicisitudes más allá de nuestro alcance. El fracaso tiene más de moral que de material. Es la debilitación de las cualidades propias del individuo. No es que se aniquilen o pierdan por completo sino que se retraen y ocultan en la intimidad del ego, eclipsadas por la personalidad.
La mente, que constantemente se encuentra en acecho de lo óptimo, y en ello cree y por lograrlo se esfuerza, acumula una potencia magnética que atrae hacia ella todo lo que legítimamente desea.
Alguien escribió que el desaliento es como un cedazo a través de cuyas groseras mallas se deslizan las menudas aspiraciones, esperanzas y esfuerzos de un espíritu, quedando tan sólo aquello cuya magnitud no consiente el deslizamiento.