Alzado sobre una plataforma de toba volcánica que domina el llano, por donde corren los ríos Paglia y Chiani poco antes de desembocar en el Tíber. En el siglo VIII antes de Cristo registró sus primeros asentamientos y alcanzó una gran notoriedad como ciudad etrusca. Las luchas civiles de la nobleza y los campesinos motivaron la intervención de los romanos, que la destruyeron; trasladaron sus riquezas a Roma y localizaron a sus nativos en las orillas del lago Bolsena. Nuevas invasiones aconsejaron la recuperación del enclave antiguo, una auténtica fortaleza natural llamada luego Urbs Vetus, la actual Orvieto, una de las ciudades más bellas de Italia, que, tras la caída del Imperio de Occidente, pasó a manos de los ostrogodos y, después, en sucesivas campañas al general bizantino Belisario y a los invasores normandos hasta que, en 1157, contó con la licencia de Adriano IV (1110-1159), único Papa de nacionalidad inglesa hasta la fecha, para constituirse como ciudad libre, condición con la que alcanzaría notables victorias y ventajosos acuerdos con las más notables urbes y repúblicas. En los siglos XIII y XIV, con treinta mil habitantes, superó el censo romano. Con la tutela papal y la sólida alianza de Florencia, fue una famosa potencia militar y contó con espléndidos edificios civiles y religiosos y escenario de notables acontecimientos históricos. En su iglesia de San Andrés, en 1216 Inocencio III proclamó la III Cruzada y, sesenta y cinco años más tarde, fue elevado al pontificado, en presencia de Carlos I de Anjou, al galo Simón de Brie -que con el nombre de Martino IV accedió al papado y al santoral- y que, previamente, había asimilado Sicilia a la Corona de Francia. Pero, sin duda, el fasto capital para los naturales de la hermosa población, incluida en la provincia de Termi, fue la canonización del piadoso Luis IX (1214-1270), que, además de abortar conjuras cortesanas y ejercer un buen gobierno con sus súbditos, desplegó unas intensas y cordiales relaciones exteriores con las primeras naciones de Europa. En respuesta a la convocatoria de una nueva campaña en Tierra Santa, demandada por Clemente IV, Luis IX se puso al frente de las tropas cristianas, pero en el Norte de África, tal día como hoy, falleció de la peste que había diezmado sus fuerzas. En 1297, Bonifacio VIII lo elevó a los altares y, tal día como hoy, en la fastuosa iglesia de San Francisco, como hace siete siglos, lucen los lujosos reposteros con la flor de lis y se celebra con solemnes liturgias la memoria de un soberano tan famoso por el ejercicio de la caridad por la buena gobernanza.