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nombre y apellidos > por Luis Ortega

Michael Cacoyannis

   

Cuando en 1964, con un presupuesto escaso y la plena complicidad de sus compañeros, el artista chipriota acometió el rodaje de la vida y hechos de Alexis Zorba, el autor del relato Nikos Kazantzakis (1883-1957) llevaba siete años muerto y apenas era recordado por un reducido círculo de eruditos que, poco antes de su fallecimiento, solicitaron sin éxito a la Academia Sueca la concesión del Premio Nobel. La feliz aventura de Zorba el griego, una referencia plástica y ética que, de cuando en cuando, refresco, sirvió para que el gran público descubriera a un sorprendente narrador, a un filósofo de influencia posterior en los cenáculos existencialistas, y a un poeta que, en el primer tercio del siglo XX, escribio una secuela moderna de La Odisea, con la misma extensión -33.333 versos- que Homero. Cacoyannis (1921-2011) reunió para su proyecto -fue también guionista y productor- al gran Anthony Quinn, Alan Bates e Irene Papas y una cola de secundarios elegidos entre el pueblo llano de Creta, donde se rodó el film, recibido con entusiasmo por la crítica y el público y con seis nominaciones al Oscar de los que prosperaron la dirección artística (Vassilis Photopoulos), la espléndida fotografía (Walter Lassally), y la mejor actriz de reparto, Lila Kedrova. De mi primer viaje a Grecia, traje un santuri – un instrumento de canto, de cuerdas de acero y compleja afinación, que aún conservo en mi colección de curiosidades y cacharros- con el que el panteista aventurero ponía punto y final a una aventura para empezar la siguiente desde cero y con el que se interpretaba el tema musical de la película, una creación de Mikis Theodorakiss, sobre el folclore candiota. Estudiante de derecho en el Reino Unido y alumno distinguido de la Escuela Central de Arte Dramático de Londres, dirigió montajes de los grandes dramaturgos griegos y, ya con la salud precaria, realizó su último trabajo cinematográfico en 1999, con una versión libre de El jardín de los cerezos, de Antón Chejov. Los últimos años los dedicó al teatro y a la puesta en marcha de una fundación cultural que, en poco más de una década, ha adquirido una enorme relevancia en Atenas. Del último viaje a la capital griega, me traje unas memorias del intelectual fallecido a los noventa años y un dvd de uso turístico con la iluminación de la Acrópolis, una delicia técnica en plena correspondencia con su vasta cultura y probada sensibilidad.