Hace poco más de un año, por iniciativa de amigos patriotas, cultos e inquietos, una especie en extinción miremos por donde miremos, celebramos el centenario de Pedro Hernández en la vÃspera de la Patrona y en una gala audiovisual que contó con la rescatada reliquia de la imagen y la voz de un literato de variados registros y especial finura; un nombre representativo de una generación brillante, unida a las corrientes modernista y surrealista que, casi sin transición, se sucedieron en las décadas más frÃvolas y tristes de la historia del siglo XX.
Hernández se inició bajo la pauta sonora y suntuosa de Rubén DarÃo y la precisa y musical humildad de Salvador Rueda, vate de lo cotidiano y, pese a los poderosos reclamos de la moda, se mantuvo fiel a esa doctrina y lenguaje en el que cantó a la geografÃa privilegiada de la ciudad natal y del Valle de Aridane, a los episodios históricos (quedó en el camino un proyecto de una ópera sobre Tanausú con Ernesto Halffter, un empeño ilusionado y sin control que cayó en el olvido), a Dios y a su Madre, invocada aquà con el dulce tÃtulo de Los Remedios (a la que dedicó exquisitos sonetos y una emotiva loa de representación anual) al amor, a la amistad y a la vida sencilla. En los últimos dÃas de julio y en una velada grata, que cerró la pianista MarÃa Lorenzo, con el impulso del cÃrculo de amigos que el poeta conserva más allá de la muerte y el patrocinio de la fundación Mapfre Guanarteme, cuyo presidente Julio Caubin habló en un acto, se presentó Pedro Hernández y Hernández. Escritos periodÃsticos.
El acto contó con las intervenciones de Hugo Castro, presidente del Tagoror 2 de Julio; MarÃa Remedios González Brito, autora de la ajustada antologÃa; Gerardo Hernández de Lugo, que, con filial afecto, cuidó el empeño, y la alcaldesa Noelia GarcÃa.
El libro recoge, con sabidurÃa y oportunidad, los asuntos que con mayor asiduidad y brillantez cultivó el periodista y escritor; nos devuelve con su prosa precisa y pulida y con su poesÃa, honda y ecoica (que recurrió con igual fortuna al octosÃlabo, al endecasÃlabo y al alejandrino) la obra de un intelectual apasionado y vinculado medularmente a su pueblo que, por fortuna, ha sabido recuperar su trabajo y salvaguardar su memoria. El buen trabajo de González Brito y el celo del abogado Hernández de Lugo han recuperado unas páginas brillantes de la historia local, unos protagonistas valiosos de su gentilicio, leyendas y tradiciones que insuflan magia a la cotidianidad y, sobre todo, el espÃritu selecto que las hermoseó y perpetuó.