Era previsible: la gresca del verano, de este verano tan pleno de sustos financieros, de gamberros de discoteca que se enzarzan en peleas con los policías locales, de violencia sin cuento ni explicación suficiente para ella en Reino Unido, la gresca, digo, se ha centrado, no obstante, en las vacaciones (o no) de los políticos. Así está el nivel del debate, qué le hemos de hacer. Que si Zapatero está de vacaciones (interruptas, por cierto) cuando sus colegas europeos están trabajando (hombre, si Cameron se hubiese quedado en Ibiza, con la que está cayendo en sus dominios, era para pedirle que dimitiera; no es exactamente lo mismo que lo de Lloret de Mar, por muy lamentable que lo de la localidad gerundense haya sido). Que si Rajoy sestea, como todos los años, en su refugio de Sanxenxo, y entonces viene Rubalcaba y le pide que aporte alguna idea nueva “aunque sea desde la playa”. Que si los diputados italianos interrumpieron su descanso agosteño para discutir medidas de choque en el Parlamento.
La cosa es más o menos igual cada año: los que se quedan al frente de la nave son los más duros, aquellos a quienes la playa no les gusta demasiado y, en cambio, necesitan consumir adrenalina por otros métodos. Ahí tenemos, sin ir más lejos, al candidato Rubalcaba, que hace su agosto lanzando cada día un artificio pirotécnico y comprometiendo al Gobierno del que él acaba de salir para que concrete las ideas que ahora se le ocurren.
O ahí tenemos, un ejemplo más, a Javier Arenas, a quien se le adivinan próximas nuevas responsabilidades, acusando a Rubalcaba poco menos que de connivencia con ETA, lo que, a mi entender, no deja de ser una barbaridad. Y hay más, mucho más, pero, para muestra, bastan dos botones. No, eso no es un verdadero trabajo: aquí, los únicos que trabajan, verdaderamente trabajan, estos días son los futbolistas que pregonan la huelga (que esa es otra) y los que preparan la visita del Papa, por un lado, y las protestas contra esa visita (que esa es otra más), por otro. Para eso, mejor sería que unos y otros se tomasen unos días de descanso y reflexión y que lleguen con las pilas cargadas al temible retorno de septiembre. Que los políticos, como el resto de los mortales, tienen derecho a tomar vacaciones en su ingente tarea de solucionarnos los problemas que a veces ellos mismos crean. No, esta guerra estival de declaraciones no es un verdadero trabajo: aquí, los únicos que trabajan, realmente trabajan, estos días son los futbolistas que pregonan la huelga (que esa es otra) y los que preparan la visita del Papa, por un lado, y las protestas contra esa visita (que esa es otra más), por otro. Porque agosto, ya se ve, es un mes en el que se dicen algunas tonterías, bastantes banalidades y unas cuantas falsedades, siempre en busca de titulares que acaso no se lograrían en otras épocas del año.
Claro que no alabo ni justifico las excesivamente largas y excesivamente herméticas vacaciones de, por ejemplo, un Mariano Rajoy. Claro que no. Pero, para lo que hacen algunos enredadores, mejor un poco de sosiego, de sol, de olas y de paseos al anochecer, cosas todas que fomentan la reflexión y la serenidad.
Que ya vendrá el otoño, el cálido, tórrido, otoño, con la, ¡ay!, rebaja.