X
FAUNA URBANA > POR LUIS ALEMANY

Reivindicación del piantado

   

Ayer fue luna llena -sucede trece veces al año-, una peculiar circunstancia astrológica que propicia la especial irrupción pública de esos peculiares especímenes que viven en realidades paralelas a las del resto de la Humanidad, produciéndose desde unos determinados comportamientos, que suelen resultan difícilmente comprensibles para las personas ambiguamente calificadas de normales: Julio Cortázar los denominó piantados, en su libro La vuelta al día en ochenta mundos, y les dedicó extensas, bellísimas e ilustrativas páginas en ése y otros varios volúmenes de su plural obra literaria, remitiendo la etimología de su originaria denominación popular porteña al participio del verbo italiano piantare, que significa “ir”; de tal manera que estos excéntricos personajes anómalos vendrían a ser algo así como “idos”: seres que han salido de la realidad convencional, y habitan en otro lugar distinto.

La relación de los piantados con la luna llena no los convierte en una rara especie de lunáticos que (de similar manera que los licántropos) transforman su naturaleza ante la aparición de la plenitud selénica, de la misma manera que el civilizado Dr. Jeckyll se transformaba en el violento Mr. Hyde, tras ingurgitar el brebaje de su propia invención: los piantados son piantados siempre, porque tal condición constituye su esencia prístina: lo que sucede es que la potente fuerza que la presencia de la luna llena ejerce sobre muy diversos elementos de la Naturaleza no los excluye a ellos: antes al contrario; y de la misma manera que ésta influye sobre las mareas, la agricultura y los partos, también influye -de manera muy significativa- sobre los piantados, incitándolos a invadir esa noche territorios urbanos que no suelen frecuentar otras noches.

Cuando el bar del Hotel Mencey era el bar del Hotel Mencey (hace ya bastantes años que no lo era: esperemos la reapertura) las noches de luna llena constituían un alegre desfile de piantados por su barra, que se incrementaba notoriamente cuando estábamos de turno Barroso, Juanito y yo (la verdad es que uno estaba de turno casi todas las noches), porque Cortázar determina en su extensa epistemología al respecto que existen determinados individuos, entre las cuales se incluía, a las que denomina “pararrayos de piantados”, que poseen la peculiaridad de atraer a tales personajes, cuya presencia intuyen éstos de inmediato, acercándoseles con alegre reconocimiento: posiblemente tal característica de “pararrayos de piantados” (que uno no puede por menos de reconocer que posee) determine una ambigua condición de piantados latentes, situada en el indeciso umbral del territorio que ellos ocupan, al que se corre el alegre riesgo de entrar en cualquier momento.