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VA POR EL AIRE > POR BENITO CABRERA

Retroprogresión

   

La cultura occidental establece sus cimientos sobre bases muy simples: la doble moral, el tiempo lineal, el juego maniqueo de las dicotomías y una suerte de liberalismo económico en el que los bancos mandan. Nuestro devenir vital se guía por esos pilares: atesorar bienes, poseer varias tarjetas de crédito, ir adelante como sea (“para atrás, ni para coger carrerilla”) ser ateo o creyente, de derechas o de izquierdas, no tener tiempo…

Los indicadores de la calidad de vida deberían ser más abiertos. En Bhután, en lugar de PIB tienen un indicador de FIB (Felicidad Interior Bruta). Algo que nos resulta naif en occidente. Sin embargo, entendemos que importan la salud, la autorrealización, la libertad interior, el espíritu crítico o la capacidad para disfrutar el ahora. Asimismo, la creatividad basada en el concepto de vanguardia puede alimentarse de una vuelta atrás, no para retroceder en un ripioso tipismo, sino para retro-progresar. El filósofo Salvador Pániker acuñó el término retroprogresión, que él mismo define como: “Mantener nuestra capacidad de innovación siendo al mismo tiempo conservadores cautelosos”. La idea da para mucho, y en esta época extraña, en la que conviven los indignados con los que prefieren morir matando, y en el que el concepto de postmodernidad ya es antiguo, acaso toca pensar de una manera más abierta, menos absoluta, sin que tengamos que caer en un nihilismo pusilánime ni en el relativismo ñoño del todo vale.

Considerar el tiempo no como una línea, sino como una espiral que nos obliga a retroceder para seguir subiendo, partir de lo local para ser universales, no basar nuestra identidad en símbolos prefabricados, pensar en el futuro bebiendo desde el pasado…

La retroprogresión da -al menos- para una saludable reflexión sobre la innovación en espiral, y al eterno diálogo entre tradición y modernidad.